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Capítulo I

NARDO Y NARCISO

 

          — ¡Son gemelos! —Anunciaba el jefe de la tribu al padre ansioso que esperaba fuera de la tienda.

          — ¿Y mi esposa cómo está? —Preguntó el esposo temeroso, porque el parto había sido difícil, más que todo por las condiciones en las que vivían.

          La pareja de jóvenes científicos se había mudado al corazón de África, en el Congo, para hacer sus investigaciones acerca del calentamiento global entre otras cosas. Linda era bióloga y se había graduado con honores de la Universidad de Ciudad del Cabo donde había conocido a su esposo Jaharí, quien era ingeniero ambientalista. Los dos trabajaban para el gobierno de Sudáfrica en un proyecto de exploración sobre nuevas especies de plantas medicinales, así como un laboratorio para monitorear los cambios ambientales en el mundo. Vivían en una choza hecha de paja y adobe y separados de una de las comunidades que vivían de la agricultura, pero la depredación de árboles en esa zona por la extracción de diamantes y minerales había descontrolado el ritmo de las lluvias, obligando a las comunidades a emigrar hacia otras tierras en busca de trabajo. La ignorancia de no saber porque tenían tanta sequía, y en el peor de los casos, tanta agua que inundaba todas las partes bajas hacía que sus pobladores emigraran a tierras altas para buscar otras fuentes de trabajo que no fuera de la agricultura, por ejemplo, la extracción de diamantes. El lugar donde vivía la pareja era de las pocas comunidades donde el jefe se había negado a ceder sus tierras para la extracción de diamantes. Sus demás vecinos habían cedido sus tierras por armas y zapatos, pero estaban desoladas. No tenían cómo hacerles frente a los cambios climáticos inconsistentes. Los ríos se habían secado, los pocos nacimientos de agua que quedaban eran motivo de peleas entre las comunidades con consecuencias devastadoras y tristes.

          Con todos estos conflictos a su alrededor, Linda y Jaharí amaban su trabajo y le dedicaban más tiempo del que su contrato establecía. Habían ayudado a la comunidad del Jefe Bongani a subsistir cuando todos a su alrededor padecían de escasez. La selva, por alguna razón, estaba intacta, de vez en cuando se veían incursionar grupos de cazadores furtivos en busca de animales salvajes y elefantes, por el tan apreciado marfil. Aunque la comunidad de elefantes se había mudado en busca de agua, los pocos que quedaban por la zona, iban muriendo de uno en uno.

          Contaban las leyendas que la selva tenía vida propia, que hablaba, que los árboles se movían, y que unos seres de luz aparecían en el corazón de la selva. Siendo científicos, Linda y Jaharí, no prestaban atención a las habladurías de la gente, sin embargo, Linda los escuchaba solo por entretenimiento.

          Jaharí había nacido en Zimbabue, pero educado en Sudáfrica, asique no había tenido ese acercamiento a la cultura de las tribus con sus creencias y leyendas, pensaba que solo eran unos ignorantes y por esa misma ignorancia los hacía además asustadizos e irracionales.

          —Tu esposa está delicada y exhausta. Ahora duerme. —Le contestó la anciana que había ayudado en el parto. En esos lugares tan remotos no había doctores. En casos de emergencia, debían llevar al paciente hasta la ciudad más cercana. —Debes saber que tus hijos han nacido en una fecha especial, 21 de diciembre. El alineamiento de las estrellas (refiriéndose a los planetas) solo se ven cada cierto tiempo y anuncia el principio de malos tiempos, pero también el nacimiento de una nueva generación con algo especial.

          Jaharí no entendía lo que la anciana le estaba diciendo, estaba ansioso por entrar en la choza y ver a Linda y los niños, pero la anciana insistía en seguir hablando del destino que les esperaba a los niños.

          —Deben ser educados en una escuela especial, ellos sabrán comunicarse con la naturaleza y aquí no podrán aprender lo que tienen que aprender, porque son especiales. —Le insistía la anciana.

          Jaharí no tenía idea de lo que le estaba hablando. De pronto salieron las cinco vecinas de la aldea que habían ayudado a Linda en su parto, y atendían en esos momentos a los gemelos varones. Eran idénticos en sus facciones, pero uno era blanco y el otro negro y ambos tenían los ojos azules y chispeantes heredados de Linda. Le pusieron los nombres de Nardo al blanco y Narciso al negro. Jaharí estaba emocionado y sinceramente pensó que eran especiales.

          Desde que tuvieron uso de la razón, Linda les comenzó a dar clases porque la escuela había cerrado por la falta de alumnos. Cuando quiso inscribir nuevamente a los gemelos en la escuela, el Jefe Bongani le contó que tuvieron que cerrarla porque la gente había emigrado y eran bien pocos alumnos para que las familias sostuvieran al profesor. En la tribu quedaban solo unas veinte familias y no había recursos para tener una escuela bien suplida y con profesores. Linda y Jaharí se turnaban para enseñarles a leer, escribir en sus primeros años.

          Cuando cumplieron los siete años, Jaharí los estaba educando formalmente en materia ambientalista, y los entrenaba para alimentarse de la cacería y pesca que hacían cada semana con los hombres de la tribu; y Linda les enseñaba francés, inglés y africano, así como matemáticas, gramática y biología.

          Los niños crecían sanos y fuertes, pero había algo extraño en ellos que a la gente de la aldea le llamaba la atención. Muchos de los niños con quienes jugaban les tenían un poco de miedo. Nardo tenía una melena abundante rizada y negra, y cuando jugaba con las flores del laboratorio de Linda, el polen se le pegaba al cabello y salía con su melena brillante y anaranjada de polen hacia la selva donde tenían prohibido ir, pero de escondidas se escabullían y jugaban a crear nuevas especies de plantas que luego se las llevaban al laboratorio de su madre para su documentación.

          — ¿De dónde sacan tanta flor hermosa? —Les preguntaba su madre extrañada y observando un lirio de agua azul índigo con centro anaranjado, pistilos blancos y como algo peculiar en la flor tenía un roma exquisito.

          —Las encontramos en el camino. —Le contestaban.

          —Ya saben que tienen prohibido ir a la selva. —Les recalcaba Linda, porque la hacían sospechar.

          —Sí, mamá. —Contestaban los dos.

          Un día de tantos, jugaban con los otros niños a la pelota, pero cuando la tiraban muy fuerte y se iba hacia la selva, Nardo salía corriendo y gritaba:

          —¡Pelota!

          Y la pelota salía volando desde la espesa maleza al campo donde jugaban. Nadie se explicaba quién era el que estaba en la selva cachando las pelotas y tirándolas de regreso. A todos causaba gracias, pero cuando otro niño gritaba “pelota”, nada pasaba, y tenía que entrar a la selva a buscarla. Comenzaron las habladurías sobre un espíritu que solo obedecía a Nardo.

          En otra ocasión, estaban jugando canicas, pero las moscas y los mosquitos los molestaban mucho. Nardo se internó en la selva y al poco rato salió seguido de tres plantas carnívoras. Todos los niños salieron corriendo despavoridos. Desde entonces ya no jugaban con ellos. Les tenían miedo y los gemelos no entendían que les pasaba.

          Narciso, por otro lado, tenía una cabellera abundante rizada y rubia como su madre, le gustaba acostarse en la tierra seca y recibir el sol que lo hacía sudar, y al poco rato, crecía a su alrededor grama que le hacían cosquillas al crecer y acercarse a su piel, lo que le causaba risa y placer. Los dos jugaban con las plantas carnívoras para que atraparan los insectos, como las moscas y mosquitos, que los molestaban cuando jugaban en el campo. Habían designado un solar rodeado de las carnívoras, para poder jugar, sin ser molestados por los insectos voladores. Y aunque intentaron volver a jugar con los niños de la aldea, estos decían muchas excusas para no asistir a sus juegos.

          Regresaban cabizbajos a su casa después de haber buscado a sus amigos para jugar, pero todos estaban haciendo algo y les dijeron que no podían salir, cuando Nardo rompió el silencio.

          —¿Crees que somos raros y por eso no quieren jugar con nosotros? —Le preguntó Nardo a Narciso.

          —No lo sé. Dicen que tienen muchas tareas y por eso no los dejan jugar. Yo creo que es cierto.

          De pronto Nardo paró en seco, para ver un vehículo grande negro y polarizado que se estacionaba enfrente de la casa del Jefe Bongani.

          —¡Mira ese carro! —Señaló— Vamos a ver. —Le dijo Nardo.

          Toda la aldea estaba con la curiosidad de saber sobre las personas que habían llegado a ver al Jefe y estaban aglomeradas a la entrada de la choza. Nardo y Narciso se escabulleron por detrás de la casa del jefe para ver por la ventana. Vieron que estaba un hombre elegantemente vestido en la silla frente al jefe, y a la par de él una niña, de la misma edad que ellos, seis años, parada con cara de aburrida. De pronto, la niña los vio. Ellos se agacharon. Volvieron a espiar por la ventana, pero ya no la vieron.

 

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