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1884

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            —Míster Frelinghousen, el presidente Rafael Zaldívar me ha avisado que viene a esta ciudad de Nueva York de paso para Europa. Le suplico a usted ordenar los honores del caso. —Le comunicó don Antonio Batres Jauregui, a quien le dieron la representación de las tres naciones centroamericanas ante el gobierno de los Estados Unidos y de asuntos externos de la Casa Blanca.

            —¿Y que sugiere mi estimado Antonio? —Le preguntó curioso.

            —Lo que se acostumbra es que el Gobernador de Nueva York en unión de otros funcionarios vaya al muelle a recibirlo con cien cañonazos saludando al pabellón salvadoreño que vendrá tremolado en el buque. —Contestó el plenipotenciario centroamericano.

            El ministro de Relaciones Exteriores, Mr. Frelinghousen le sonrió.

            —Ustedes los centroamericanos les gusta mucho la pompa, cuando vino a este país la delegación de Venezuela a develar la estatua de Simón Bolívar que está en el Parque Central, no le hicimos demostraciones de esa naturaleza. —Contestó el ministro americano.

            —En esos países no es costumbre, pero sí en Centroamérica, y le recuerdo que cuando llegan a Centroamérica personajes americanos, aunque no son de la categoría de un presidente, se le rinden honores de artillería. —Le contestó suspicaz don Antonio.

            —Voy a entenderme con el Secretario de la Guerra, a fin de que haya salvas de artillería y saludos militares; a pesar de que, entre nosotros, ya usted habrá visto que ni siquiera guardia hay en la Casa Blanca. Cuando el presidente de los Estados Unidos llega a otra ciudad, va sólo a comprar el billete del ferrocarril, cargando personalmente su valija de viaje, como todos los pasajeros, y haciendo cola para llegar a la ventanilla de expendio de los tiquetes; nadie le cede el puesto, ni anda con cortesías oficiales. —Le contestó el ministro.

            —Suplico a usted hacer excitativa al excelentísimo presidente de El Salvador, que el gobierno le desea la mejor permanencia entre nosotros, y que tendría a honra recibirlo en Washington, y rendirle los homenajes que se merece. —Le suplicó don Antonio, haciendo caso omiso del comentario, porque sabía que no tenía nada de cierto. Desde el asesinato del presidente Abraham Lincoln, los presidentes viajaban con escolta y tenía secretario privado y ordenanza que le hacían los mandados.

            A las diez de la mañana del 15 de abril de 1884, llegaron el doctor Zaldívar y su comitiva, a la bahía de Nueva York. Le acompañaban los doctores Darío González y Juan Padilla, el general Luciano Hernández y otros más. Fue recibido con toda solemnidad, como jefe de estado por las autoridades y varios centroamericanos amigos suyos. Concluidos los honores y cumplimientos, tomó el doctor Zaldívar el carruaje del cónsul de El Salvador, el señor Jacobo Baiz, quien lo llevó directo donde su amante. Los demás se fueron en el carruaje de don Antonio.

            Al día siguiente, fue atendido en el famoso restaurante Delmonico’s en Manhattan donde asistieron unas cien personas que le dieron la bienvenida con brindis y coplas. El doctor Zaldívar, que hablaba bien, y era caballero culto, contestó perfectamente al elocuente brindis, y entre aplausos, saludos efusivos se ofrecieron y prometieron respaldar su administración en un ambiente de exquisita comida francesa, elegante decoración y un café para acentuar los estómagos satisfechos.

            Pocos días después, fue a Washington, en donde ya estaban preparadas las piezas del piso principal de la casa de don Antonio, para recibir al doctor Zaldívar y su comitiva. Por la noche, le dieron un espléndido banquete, al que concurrieron los diplomáticos hispanoamericanos, el Secretario de Estado que había ido a recibir al presidente, varias damas distinguidas, y los de la comitiva presidencial. El doctor Zaldívar, galante, generoso y de alta sociedad, agradeció con benévolas frases el brindis y las atenciones de la señora de Batres, saludando muy cordialmente al ministro de relaciones, a los señores diplomáticos, y rindiendo también cortés homenaje a las señoras que daban realce de hermosura a aquella fiesta.

            Antes de partir, el doctor Zaldívar se excusó unos minutos disimulando ir al WC, pero se escabulló hacia los dormitorios de la servidumbre y pidió secretamente a la sirvienta que le proporcionara un vestido de la esposa de don Antonio, con el fin de que en París sirvieran las medidas para enviarle algunos más de obsequio por tan finas atenciones. La aya no tuvo inconveniente en acceder, y le dio uno de los que mejor podrían servir para tal objeto.

            Al día siguiente el Presidente de los Estados Unidos Mr. Chester Arthur recibió, en unión de su Gabinete, al presidente de El Salvador, agasajándolo muy expresivamente, y demostrándole consideración y aprecio como se acostumbra en esos actos. Deseaba el presidente que demorase su permanencia en Washington, para poder dedicarle un banquete oficial y una recepción solemne en la Casa Blanca; pero tuvo que declinar tan honrosa oferta, por tener urgencia de llegar a Europa.

            Regresó, pues, esa misma noche, a Nueva York, y al día siguiente recorrió las principales atracciones de la ciudad y New Jersey, y en esta última, la gran fábrica en donde se encontraba el célebre Thomas Alva Edison, en su cubículo cargado de materiales de investigación y experimentos. Los presentaron, como era la cortesía y abrió el diálogo el iluminado Edison.

            —Me encantaría ofrecerle alguna pequeña demostración de alto aprecio. — Le dijo el inventor.

            —Rogaría a usted me diera su retrato y una de las obras que haya escrito, como recuerdo de este momento de mi vida, acaso el más interesante, ya que me honro en estrechar la mano de un genio mundial, y notabilidad de nuestro siglo. —Le dijo el Dr. Zaldívar con su característica galantería melódica de aquel entonces.

            —No crea usted, —contestó con modestia, el gran hombre— yo no he escrito nada, porque en realidad sé muy poco teóricamente de electricidad. Me reprobarían tal vez si me examinaran en una universidad. —Dijo riéndose— Mis inventos, que es todo, son obra de mi constancia y cierta disposición que Dios me dio para la práctica. Con gusto voy a darle mi retrato, rogando a usted me favorezca con el suyo.

            Al día siguiente, el presidente de El Salvador, le envió su foto con leyenda conmemorativa, muy expresiva para el célebre inventor americano. Después de tan memorable experiencia, el dotado presidente salvadoreño, partió en uno de los suntuosos vapores franceses, con las personas de su séquito, dejando en Nueva York a la señora Lima, su amante, a quien, por el primer conducto posible, le envió una gran caja con ocho trajes completos, acompañados de sus adherentes de ropa interior, guantes, sombrillas, abanicos, etc., todo a la última moda parisiense; y a la esposa de don Antonio seis vestidos muy elegantes y el que había servido de modelo, con las excusas por habérselo llevado.

            En París, se dedica a buscar alojamiento permanente, porque ya presentía que le darían, tarde o temprano, un golpe de estado. Pero nunca se imaginó que una guerra sería el detonante de la caída de su gobierno.

 

            Y en la barbería…

            —Pues así si vale la pena viajar. Con licencia por el tiempo que quiera y con 50mil pesos en el bolsillo. —Dijo el joven que comenzaba a hacerse cliente de la barbería.

            —Bueno, es el precio de ser presidente. Y no lo había aprovechado por tanta inauguración y fiestas. —Dijo un diputado que entraba y oía el comentario del joven.

            —Hay cosas más importantes en qué pensar, como la justicia. ¿Y quién está en la presidencia? —Preguntó con suspicacia viendo al diputado.

            —Don Ángel Guirola es el Primer Designado. —Contestó, pero no se dio por aludido y preguntó, cambiando el tema—: ¿Y ya se subieron al tren que sale de Sonsonate hacia Santa Ana?

            —Ay, sí, es verdad que ya lo inauguraron pero solo hasta Los Lagartos, cerca de la Hacienda del general Manuel Estévez. —Comentó el joven.

            —Bueno, es un bonito paseo hasta ahí, yo nunca había sentido la velocidad. Corren bien rápido. Sí, es verdad que falta un tramo más hasta llegar a Santa Ana, pero ya se puede disfrutar por un peso con cincuenta, en los carros de primera clase; los de segunda valen un peso y los de tercera clase valen cincuenta centavos. —Comentó entusiasmado, porque varios de los diputados habían viajado para la inauguración.

            —Y en el diario de París dice que el Dr. Zaldívar es uno de los hombres más ilustrados y distinguidos de la américa central. Y que después de ocho años en el poder, ha sido relecto Presidente, por unanimidad, para un período de cuatro años, por los ciudadanos agradecidos por su buena y liberal administración. —Dijo el joven cuando se retiró el diputado.

            —Eso no se lo cree ni su abuelita. —Dijo don Teo.

            —Yo no vi boleta de votación, y estoy en el padrón electoral. —Dijo con frustración—. Y en otro periódico dice todo lo bueno que ha hecho, como la instrucción pública, el progreso de la agricultura, el cable submarino, líneas férreas y de caminos. Y termina diciendo que ha sido uno de los pocos presidentes civiles que ha tenido américa latina. No sé si quiso decir civilizados, o civil por distinguirlo de los militares. —Observó.

            —Bueno, eso es verdad, que ha llevado a cabo los proyectos que dejó el Mariscal como las líneas de ferrocarril. Y los otros trabajos son de rigor de los presidentes, como las comunicaciones y calles. —Comentó don Teo.

            —Sí, pero la corrupción y que no respeta la constitución de que no debe reelegirse es el problema. —Comentó el joven.

            —No me lo van a creer, pero están trabajando en una ley sobre las casas de prostitución. —Llegó diciendo uno de los diputados suplentes que había sido tomado por sorpresa con esta ley.

            —Pero ¿cómo es eso? —Protestó don Teo.

            —Dice la ley que son mujeres públicas las mayores de catorce años que notoriamente hacen ganancia con su cuerpo, entregándose a cualquier hombre, haciendo del vicio de la lascivia una profesión con que ganan lo necesario para su subsistencia. —Dijo el diputado suplente, leyendo una copia de la ley que había sacado de la Asamblea.

            —Pero eso es horrible decirlo. —Protestó don Teo. —Deberían buscarles otro empleo a esas pobres niñas. ¡Dios mío! —Exclamó. —¡Catorce años y ya prostitutas! —Dijo tomándose la cabeza.

            —También lo son las que se presenten voluntariamente a ser inscritas como tales, y que no desistan de su propósito, a pesar de las observaciones que el director de la Policía debe hacerles. También están legislando las casas de tolerancia, para que las prostitutas que trabajan ahí tengan una constancia médica y sean aseadas. —Comentó riéndose con picardía.

            —Parece ser un buen negocio. —Dijo otro de los clientes riéndose.

            El joven no comentaba.

            —Es un bien necesario, ustedes saben. —Dijo otro riéndose con picardía también, viéndose en el espejo y poniéndose colocho el bigote con la pomada húngara.

            —Eso es degradante para la mujer y denigrante para su reputación. —Dijo don Teo con desagrado—. Ellas pueden tener otro oficio, son inteligentes.

            —Bueno, algunas son taradas por herencia alcohólica de parte de papá, o a veces de mamá, y no saben hacer nada mejor que complacer al hombre por dinero. —Dijo otro cliente riéndose.

            —Mejor hablemos del problema con Guatemala. —Dijo don Mateo al ver que don Teo se estremecía con la noticia.

            —¿Y cuál es el problema? —Preguntó don Teo que agradeció que se cambiara el tema. Sentía que una cosa tan abominable como la prostitución debía ser un tema personal y no público, ya que, legislándolo, iba a abrirse un libertinaje que iba en contra de la moral y principios y no digamos en contravención de la prédica católica.

            —Bueno que Rufino Barrios quiere unir las repúblicas de Centroamérica, y viene haciendo campaña sobre eso desde hace meses en los cinco países, publicando en los diarios de cada país, artículos sobre la gran idea unionista de Morazán. —Dijo el cliente.

            Si bien era cierto, y no era un secreto, que entre las miras del presidente de Guatemala era volver a alinear a los presidentes para hacer la unión centroamericana tan soñada, esas ideas no eran tomadas en serio por los presidentes de las cuatro repúblicas. Estos esquivaban sus insistentes comentarios al respecto, dando muchas excusas para no participar de aquel proyecto. El esclarecido general, no contento con las respuestas, les recuerda que él fue el que apoyó sus candidaturas, y en el caso del Dr. Zaldívar, le recuerda con énfasis que fue él quien lo puso en el Poder Ejecutivo.

            —A estas alturas, cuando las cinco repúblicas son independientes, ¿está loco o qué? —Preguntó don Teo.

            —Ese es el rumor. Pero no se preocupe todavía, mejor vaya a ver la de obras de arte que se están exhibiendo en la Academia de Bellas Artes en el edificio de la Universidad. —Le dijo el diputado para que no se alarmara.

            —No me preocupo. —Y cambió el tema— Me da gusto leer sobre los que están pasando los exámenes de la universidad, porque cuando se reconstruyó me recuerdo que no había más que tres o cuatro alumnos, y ahora los hijos de gente importante se ven en estas listas como el hijo del expresidente que lleva su nombre Santiago González, el poeta Alberto Masferrer, Manuel Enrique Araujo, este es hijo del diplomático general Máximo Araujo, Juan José Cañas, hijo, y todos los hijos de los diputados de renombre. Eso me alegra mucho. En esa lista hubiera estado el hijo de don Alejandro. —Dijo don Teo con cierta tristeza, porque no lo había visto en mucho tiempo.

            —Sí, esa fue una terrible tragedia. Qué en paz descanse el muchachito. Sabe que los niños que mueren no mueren en realidad, sino que se convierten en ángeles. —Comentó don Mateo, quien se había quedado oyendo la plática.

            —Lo dice por experiencia. —Le preguntó don Teo, un tanto dudoso de tocar una tecla sensible en el amigo veterano.

            —Sí. —Dijo lacónico. Don Teo entendió el mensaje y ya no siguió con la plática.

            Don Mateo había perdido dos hijos en diferentes años, uno a la edad de seis y el otro de siete años. Y en algunas ocasiones los había visto como seres de luz en su cuarto sonriéndole en sus momentos de terrible tristeza. Tanto los había amado que pensaba que se había vuelto loco y en su alucinación los había visto. Abatido por estas experiencias y que no las podía revelar a nadie, había ido a platicar con el párroco de catedral. Este le entregó un libro católico acerca de los ángeles, y se había dado cuenta que eran reales, pero era difícil de explicar y menos de creer. Sin embargo, se sintió reconfortado al saber que sus pequeños eran unos angelitos al servicio del Dios Padre Todopoderoso.

 

            Se había publicado en el Diario Oficial la visita que hizo el presidente Zaldívar a España y que fue recibido como corresponde por el Rey Alfonso XII en una de sus cortes.

             A las siete de la mañana del 22 de septiembre, fondeaba el vapor "San Juan" en Acajutla, trayendo a bordo, a los señores presidentes Dr.  Rafael Zaldívar y don Luis Bográn, de Honduras, los individuos que le acompañaban, y don Tomás Ayón representante de Nicaragua, de regreso todos de la República de Guatemala, donde habían sido invitados por el general Justo Rufino Barrios para la inauguración oficial del ferrocarril del sur.

            Después de las fiestas de rigor por la bienvenida del presidente, los trabajos sobre leyes y reglamentos eran puntos de discusiones en todas las tertulias y eventos.

 

            En Guatemala vivían los opositores que el gobierno del Dr. Zaldívar había exiliado, después que se levantaran en armas cuando quedó por tercera vez en la presidencia de la república. Estaban en una reunión en la casa del Dr. Manuel Estévez para hablar sobre el derrocamiento de Zaldívar.

            —Hoy deberíamos aprovechar para darle golpe de estado a Zaldívar. —Decía el coronel Estévez al general Francisco Menéndez.

            —Sabemos que todo se ha profanado en su administración, se ha falseado hasta el capricho. Las más hermosas teorías de libertad y progreso se han manchado de libertinaje y corrupción. Los ideales más levantados con que comenzó su período se han tornado peligrosas realidades en manos de sus sanguijuelas; observándose que ellos son pródigos en prometer, y económicos, absolutamente económicos en cumplir; prometen cuando están abajo y olvidan lo prometido tan pronto como están arriba. —Comentaba el sabio general Menéndez indignado.

            —Es que la política, en la actualidad, no significa la ciencia de gobernar para hacer la felicidad de los pueblos. Política, quiere decir, farsa, pitanza, latrocinio, crímenes, falta de honradez; y con tan errado concepto, no debe extrañarse que ante ella, el filósofo escolle, el estadista vacile, el justo sucumba, y el patriota desfallezca. —Decía acalorado el Dr. Gallardo, otro de los exiliados salvadoreños que se había salvado de morir en el patíbulo.

            —Es que ese pueblo ha perdido sus antiguas energías; el despotismo con sus crueldades y concupiscencias ha gastado las virtudes que hicieron de los salvadoreños los héroes del honor, los heraldos de la libertad centroamericana. —Dijo inspirado el Dr. Loucel, otro de los expatriados.

            Ciertamente, habían denunciado abiertamente la corrupción en las diferentes carteras del estado por medio de la prensa, pero el gobierno los había callado enviándolos al exilio en Guatemala.

            —Debemos esperar. El general Justo Rufino Barrios me ha prometido ayudarme a derrocarlo, porque ya lo tiene enfermo de que no se decide a darle su aprobación para hacer la unión centroamericana. Se lo ha prometido muchas veces, según me ha manifestado, pero no lo hace realidad. —Dijo el general Menéndez.

            —Pero yo tampoco estoy de acuerdo en la unión, es un ideal difícil de cumplir por los celos territoriales que existen. —Comentó el Dr. Gallardo.

            —Eso es verdad, pero se puede hacer la unión teniendo un consenso con todas las repúblicas, pero mientras las tendencias políticas estén cambiando de liberales a conservadoras o viceversa, es imposible que exista unión, por lo que creo que eso no se llevará a cabo a corto plazo. Deberá existir una madurez política antes de dar ese paso. —Decía el general Menéndez.

            —El Dr. Zaldívar es un hombre muy inteligente, diplomático, un hombre sagaz, pero ha matado la moral del pueblo con un gobierno tan corrupto desde sus raíces hasta el último de sus empleados. Debemos pararlo o seguirá en un poder vitalicio como lo han sido los presidentes de Guatemala. Eso no lo podemos permitir. —Dijo categórico el Dr. Estévez.

            —Estoy de acuerdo, se ha perdido el sentido de la honradez y la decencia. Mienten y roban descaradamente y lo disfrazan con que está permitido por la ley. —Concluyó Menéndez.

            —Sin embargo, si el general Barrios nos ayuda, estaremos en deuda con él y nos puede condicionar a que lo apoyemos en su gran idea de unión centroamericana. —Dijo preocupado el Dr. Gallardo.

            —Hablaré y razonaré con él de que se puede hacer sin derramamiento de sangre, de eso despreocúpense porque la idea es buena, pero no por la fuerza. —Dijo el general Menéndez a quien el general J.R. Barrios lo tenía ocupado en uno de sus batallones.

 

            Y en la barbería…

            —¿Ya vieron que le erigieron una estatua al benemérito general Trinidad Cabañas en Honduras?  —Preguntó un cliente iba entrando con el diario oficial en sus manos.

            Se encontraba en la barbería don Mateo, quien había conocido al general Cabañas en una de tantas batallas comandadas por Morazán cuando apenas tenía diecisiete años. Tenía el cabello blanco, cara ovalada y con prominentes ojeras, usaba gafas que se las acentuaban aún más, y a pesar de que ya contaba con sesenta y cinco años, todavía era un erguido guerrero de las pasadas contiendas de las que había sobrevivido y podía dar testimonio de todos esos acontecimientos con el orgullo del militar y el corazón del valiente.

            —Me alegro de que por fin le rindan homenaje a tan valiente y auténtico guerrero. A pesar de haber sido militar nunca su nombre se ha mancillado por crímenes. Limpio y diáfano como el cristal jamás empañado, él tiene la gloria de las glorias, el haber vivido en el campo de la lucha sin nunca verse envuelto en los obscuros pliegues de la infamia, de la crueldad y tampoco de la ingratitud. —Observó con animación el veterano.

            —¡Qué hermosas palabras para ese gran hombre! —Le observó don Teo.

            —Yo les voy a contar una anécdota que viví con él cuando comandaba nuestro batallón. —Continuó hablando con voz pausada y ronca— Este combate tuvo efecto en el punto llamado La Arada, Departamento de Chiquimula, de la República de Guatemala. Al saberse la noticia de aquel desastre, porque ya ustedes saben que fue la última batalla y derrota que acabó con la unión centroamericana. Los habitantes de esta capital llenos de pavor huyeron en todas direcciones, porque se decía que el enemigo venía tras el ejército derrotado. En efecto, el general Carrera con su ejército llegó a Santa Ana, sin pasar de allí porque el paso estaba interceptado por e1 general Cabañas que se hallaba situado en la Villa de Coatepeque. Pues una noche de tantas, los abnegados patriotas que se hallaban entre nosotros, no dependiendo de ninguna fuerza organizada, dispusieron ir a molestar a las avanzadas del enemigo. El general Cabañas junto con otros cuatro aguerridos llegaron hasta el centinela de la avanzada enemiga que se hallaba situada en el punto llamado Las Quesadillas. Era de noche, cuando oyendo el centinela que alguien se aproximaba preguntó “¿Quién va?”, y aquellos contestaron: “el demonio”. Al oír la voz de ultratumba toda la avanzada enemiga se puso en fuga, dejando muerto al centinela.

            Don Teo y los clientes se pusieron a reír.

            —Literalmente murió del susto. —Les aseguró don Mateo. —Ustedes saben que a los guatemaltecos les dicen cachurecos porque se fingen de muy devotos religiosos y se espantan de cualquier cosa. —Todos asintieron— Esta calaverada, dio por resultado que esa misma noche los cachurecos evacuaran la plaza de Santa Ana hasta el muy bizarro y victorioso de La Arada. Se había cumplido el pronóstico de don Enrique Hoyos, quien al ver desfilar aquel gran ejército salvadoreño, en la esquina de Bustamante, exclamó: “He allí señores un gigante con cabeza de sanate”. Hoy hace, pues, 33 años que tuvo lugar aquel acontecimiento.

            —Sanate por pícaros. —Dijo don Teo riéndose.

            —La verdad es que muy poco se sabe de este gran hombre. Me recuerdo que el furor de Malespín, digno émulo de Carrera, para la persecución y exterminio de los liberales, provocó la emigración de muchos caballeros liberales como el general Gerardo Barrios y Trinidad Cabañas que pudieron salvar las fronteras del Salvador. En Honduras y Guatemala se hacía lo mismo y sólo quedaba el asilo de Nicaragua, a donde concurrían los perseguidos. Cabañas y Barrios perseguidos a muerte llegaron a León; Malespín los reclamó y no logrando su extradición, hizo la guerra a Nicaragua, la guerra más salvaje que se conoce, la cual concluyó por el asalto de la plaza de León. —Hizo una pausa para lamentarse y continuó—: Barrios y Cabañas lograron salvarse de la matanza y a marchas forzadas llegaron al puerto de la Unión. Como vicepresidente en el Poder Ejecutivo, por ausencia de Malespín, se encontraba el general don Joaquín Eufrasio Guzmán, quien después sería el suegro del general Barrios, pues mi general Barrios concibió el ingenioso proyecto de hacer valer que Malespín había sido derrotado en Nicaragua, para levantar el espíritu abatido del general Guzmán, el cual estaba rodeado y vigilado por los mismos hermanos de Malespín que tenían en absoluto el mando de las armas. Pues el general Guzmán se pronunció contra Malespín, y el país entero se levantó contra los hermanos Malespín acuerpando al general Guzmán. Barrios sabía lo que vale el pueblo cuando alza el brazo contra los déspotas. Cabañas comprendía que aquella mentira era la salvación de la patria, pero se negó a propagarla, prefiriendo sucumbir antes que proferir una falsedad. Barrios condicionó a Cabañas a guardar silencio e hizo valer la supuesta derrota que dio lugar al pronunciamiento del 2 de Febrero del año 1845 que fue la caída de Malespín. Indigno habría sido de Cabañas aceptar una mentira que jamás se oyó de sus labios ni en las circunstancias más extremas de su azarosa vida. —Dijo don Mateo tomando un largo suspiro—: No, la política no era, para este grande hombre, el arte de engañar, como lo es en nuestros días.

            —Aunque mi General Barrios levantó un falso, fue para salvar al país que tanto amaba de la tiranía de Malespín y dio resultado. —Intervino don Teo justificando el proceder del General.

            —Sí, en aquel tiempo de desesperación, esa mentira ayudó a salvar la patria de las garras de Malespín. Solo quiero dejar en claro hasta qué punto mi general Cabañas se rehusaba a mentir. —Dijo el veterano.

            —Sí, queda claro que el general Cabañas no le era dado el arte de mentir, aun si esta mentira iba a ayudar a salvar un pueblo. ¡Eso es impresionante! —Exclamó el cliente que estaba oyendo la historia.

            —El presidente de Guatemala Rafael Carrera siempre tenía palabras ásperas que prodigaba a los liberales, pero habló siempre con mucho respeto del general Cabañas, admirando la grandeza de aquel genio, en que brillaban todas las cualidades del soldado, las virtudes del ciudadano, la abnegación del patriota, el desinterés por la ambición y la lealtad a los principios. —Describió con orgullo al patriota— Cuando fue presidente de Honduras, en un principio se negaba a tan alto puesto, pero las comisiones lo llegaron a buscar en San Miguel para llevarlo ante las cámaras quienes no aceptaron su renuncia. Y como hombre de honor que sabe cumplir con las leyes, dirigió el país el período que le correspondía y entregó el mando al siguiente presidente. —Dijo el veterano con orgullo y comenzó a toser. Don Teo se apresuró a darle agua.

            —¡Vaya qué historias! —Exclamó el cliente.

            —Sí, y doña Petronila Barrios, la esposa de don Trinidad y hermana de don Gerardo Barrios, no se quedaba atrás. Esta virtuosa dama era la bondad andando, desde que era una jovencita y no se había casado con don Trinidad, ella ayudaba a los que estábamos en campaña y ya nuestras fuerzas nos habían abandonado, ella nos daba alimento, refugio y consuelo con su dulce voz. —Comentó el veterano ya repuesto de su tos.

            —Bien dicen que detrás de un gran hombre hay una gran mujer. —Dijo don Teo.

            —Hay otro episodio que me viene a la mente, cuando el general Gerardo Barrios decidió regresar al país para recuperar el poder que el Lic. Dueñas le había usurpado, yo no vacilé ni un segundo en combatir a su lado. Don Trinidad nos había llamado a todos los que habíamos combatido con él y nadie se negó. Al llamado del deber todos sin excepción estábamos al frente, pues confiábamos ciegamente en este caballero. Pues en un día como este, las fuerzas del Gobierno acaudilladas por el mariscal Santiago González habían llegado a San Miguel; y mi general Cabañas no tomó ninguna clase de precauciones, porque habiendo una distancia de doce leguas, más o menos, entre aquella ciudad y La Unión donde estábamos esperando al general Barrios, no se podía en un solo día recorrer esa distancia con tropas cansadas. Sin embargo, el mariscal González realizó una marcha forzada y rápida, a fin de no dar lugar a que el general Cabañas se atrincherara en La Unión y sorprender a aquel caudillo. Lo cual ocurrió, se oyó en este lugar el tiroteo de las avanzadas. Como no se esperaba en La Unión al enemigo, sino pasados los días, al oírse los primeros tiros hubo una gran confusión entre los compañeros de la revolución; y de este desorden se aprovechó el mariscal González, para emprender por diferentes puntos un sostenido ataque que nos desconcertó, y emprendimos la fuga por todo camino posible. Mi general Cabañas, viendo que las tropas del gobierno perseguían a sus soldados, se lanzó sobre el general Florencio Xatruch, que era el segundo del mariscal González en esa campaña, y le disparó sobre su cabeza sin dañarlo, pues en la mente de este caudillo estaba la de hacer una distracción sobre Xatruch para que se salvara su tropa, y así fue como yo me salvé de una muerte segura, pues las tropas del Mariscal ya nos tenían en emboscada. Lo vimos correr hacia el mar mientras nos poníamos a salvo y una escolta lo perseguía, pero Xatruch detuvo la persecución dejando que también se salvara aquel encanecido héroe quien en muchas ocasiones había impuesto respeto hasta a sus mismos enemigos. —Contó don Mateo suspirando.

            —De no haber sido informado el Mariscal que se preparaba una ofensiva, creo que mi general Barrios hubiera ganado con las tropas de la revolución, porque se le hubieran sumado en el camino muchísimos simpatizantes. —Dijo el cliente que simpatizaba con el general Gerardo Barrios. Don Teo asintió orgulloso.

            —¿Y cómo se salvó don Trinidad? —Le preguntó don Teo.

            —Fue recogido en una lancha y llevado a bordo de una fragata norteamericana surta en aquel puerto. La fragata llevó al general Cabañas a Puntarenas, en donde desembarcó. Me contaron después que se hallaban en aquel lugar el Dr. Manuel Cáceres y su señora doña Angela Buitrago de Cáceres, quienes prodigaron al general herido toda clase de cuidados. El Dr. Manuel Cáceres, por cierto, guardaba por el general Barrios un gran respeto y admiración.

            —Ciertamente que eran de la raza de los grandes varones, aguerridos, valientes y patriotas. —Comentó don Teo.

            —Y saben ustedes que la palabra catracho que les decimos a los hondureños es porque los indios de Nicaragua no sabían pronunciar el nombre de Xatruch cuando este general estuvo en la contienda contra los filibusteros, y deformaron el nombre a catracho. —Dijo riéndose el cliente.

 

            Se encontraba Charles en el bar de don Luis van Dyck Santa Tecla hablando sobre negocios. Charles quería mudarse a Santa Tecla y le habían contado que el dueño de algunos terrenos frecuentaba el bar. Estaban también en el bar, don Otto von Niebecker con quien Charles había hecho una buena amistad y que por pertenecer a la Junta de Caridad del hospital se enteraba de todo lo que se andaba cocinando en la administración de Zaldívar.

            —He sabido que los exiliados se están organizando. —Le dijo don Otto en voz baja.

            —Me imagino, porque a mucha gente la veo descontenta con el nuevo período que se recetó el presidente. —Comentó Charles.

            —Modificó la constitución a su conveniencia. La asamblea está abierta como una almoneda de conciencias y hasta se ha creado una ley para que las demandas que les afecten no sean con cárcel como se venía practicando y que gocen de fuero mientras estén en el ejercicio de sus funciones, y va aplicable desde el presidente hasta los sacerdotes. —Le explicó don Otto.

            —Muy conveniente, porque sabe la clase de sanguijuelas que manejan las carteras. —Comentó Charles.

            —Si bien es cierto que el país va en un progreso seguro, hay cosas que no me cuadran, como la justicia, el uso del dinero de los contribuyentes y el orden. Creo que un presidente debe no solo hacer cumplir la ley, sino cumplirla él mismo. Pienso que el período presidencial debe quedarse en cuatro años sin reelección inmediata, o sea, dejar pasar un período. Es mucho trabajo llevar la administración de un país y eso se presta a lo que acaba de ocurrir, que le dan licencia para ausentarse y además le sueltan 50mil pesos para que disfrute y en el presupuesto le agregan una partida de 12mil para que la gaste a su conveniencia sin dar detalles. —Se quejaba don Otto.

            —Si está cansado, mejor que se retire y le deje el asiento a otro con más energía para gobernar. —Comentó Charles.

            —Exacto, porque eso crea descontentos —hizo una pausa para señalarle al dueño de los terrenos— ese es Molina Guirola, dicen que todos los terrenos que antes eran ejidos los adquirió cuando se repartieron Santa Tecla durante la administración de San Martín, luego durante la administración de Rafael Campo y se terminaron de repartir durante la de Dueñas.

            —Los adquirió baratos entonces.

            —Sí, creo que la manzana la dieron a cinco reales que no hacen ni un peso hoy en día.

            —¡Guau! —exclamó acompañado de un silbido— ¿y en cuánto cree que los venda hoy? —Preguntó Charles.

            —Conociéndolo como es de comerciante, creo que le sangrará el cuerpo. —Dijo con sonrisa maliciosa.

            —Bueno, ya veremos. Y hablando de leyes, ya vio que las legaciones en Guatemala han levantado una pública protesta por las leyes de extranjería que no favorecen mucho al extranjero residente, y la petición se ha extendido a esta república. —Le preguntó Charles.

            —Sí, la verdad es que no nos ampara mucho los artículos concernientes a los extranjeros, pero creo que solo es cuestión de interpretación, porque cuando se me quemó la botica en el centro, obtuve una indemnización de parte del gobierno para volver a construir y lo mismo para los otros comercios —Le dijo don Otto.

            —Sí, pero ese incendio fue por accidente, a lo que se refiere es que si una facción le hiciera daño a su propiedad, el gobierno se libra de toda responsabilidad. —Argumentó Charles.

            —Mm, en eso no había pensado, bueno en ese caso es bueno que se proteste, aunque no creo que vayan a cambiar la constitución solo por esa protesta. —Dijo don Otto como diciendo es una pérdida de tiempo.

            —Yo tengo todo inscrito a nombre de mi esposa e hijos. Si algo pasara a las propiedades ellos tendrían que hacer el reclamo, no yo. —Dijo Charles.

            —Esa es buena medida. —Le observó don Otto.

            Al final de la noche, Charles tenía consolidado el trato con el señor Molina Guirola a quien le había comprado una manzana por el valor de 8mil pesos.

 

            La exposición nacional de industria y bellas artes que se llevó a cabo en la Universidad Nacional tenía al pueblo entretenido. La variedad de objetos y productos nacionales y extranjeros así como las bellas obras de arte y manualidades de las señoritas de la Academia de Bellas Artes que participaban en la exhibición robaron los comentarios de la sociedad.

            —Que de talento se ve hoy en día, y me alegra que le den oportunidad a las mujeres de exhibir las bellas cosas que hacen. —Comentó doña Rafaela cuando se encontró con sus amigas en la exhibición nacional.

            —Aquí entre nos, mi hija hace mejores bordados que la que exhibía —Dijo doña Ingrid con malicia.

            —¿Y por qué no participó? —Le preguntó con suspicacia.

            —Está esperando otra vez. —Dijo con suspiro.

            —Pero las máquinas y sobre todo la que hace sorbete me encantó. Qué rico se siente en la boca —Comentó Catalina refiriéndose a la máquina para hacer sorbete. Habían traído al país 10 máquinas para hacer nieve, las cuales consistían en utilizar sal nitro y cloruro de calcio que produce en el agua una baja en su temperatura manteniendo así el sorbete por mucho tiempo.

            —Sí, es delicioso. Me cuenta mi marido que van a hacer cuartos de hielo. Yo seré una que iré a hacer fila para que me den hielo, con estos terribles calores, me caerá de perlas y mejor a mis rubores. —Exclamó doña Ingrid abanicándose con desesperación.

            —Los jabones de cacahuananche huelen muy bien, compré para las muchachas del servicio dicen que ayudan a mejorar el cabello. —Dijo doña Rafaela—. Aparte de que ayuda a que no tengan piojos. —Agregó en voz baja.

            —Bueno, ¿y Bartola que se ha hecho? ya no la hemos visto acompañándola a ningún evento. —Le observó Catalina.

            —Ay esa hija, está asustada por el volcán que hizo erupción y sepultó en el océano a toda una isla con sus habitantes. —Dijo doña Rafaela al acordarse de como se puso de histérica cuando leyó la noticia y se posesionó de la idea de que venía el fin del mundo y no la hacía salir de ese pensamiento.

            —Ay sí, yo leí la noticia. Creo que fue un terremoto que causó la erupción del Krakatoa y sucedieron muchos fenómenos raros como la subida de los oleajes, y que según la noticia, eran olas de 30 a 40 metros que se llevaron de encuentro a la población y encallaron barcos tierra adentro. —Comentó Catalina.

            —Sí, yo también la leí. Según los sesudos, dicen que se hubo un número considerable de manchas en el sol, crepúsculos y coloraciones irregulares en el cielo. Dicen que no ha habido algo igual en la historia, que fue un fenómeno único. Pobrecita gente, fueron alrededor de 45mil almas las que se perdieron en la isla de Java. —Comentó doña Ingrid.

            —Sí, yo leí que el polvo volcánico se esparció por la atmosfera creando puestas de sol únicas, pero que también causó que se registraron inviernos extremadamente templados en Europa, y veranos demasiado calientes en Suramérica. Dice la noticia que el oleaje llegó hasta Panamá. —Comentó Rocío.

            —Exactamente por eso es que está asustadísima, que cree que el mundo se va a acabar. —Dijo doña Rafaela encogiendo los hombros.

            —Pero esa noticia es del año pasado, y estamos vivitas y coleando todavía. —Le dijo Rocío con una gran sonrisa.

            —Ay eso no sabía, porque acaba de leer en el Diario Oficial esa noticia de ultramar. Hoy le digo para que se le quite el miedo. —Dijo doña Rafaela agradecida con Rocío porque ya tenía un argumento para calmarla.

            Había en la exposición artesanías de Guatemala muy coloridas y atractivas que las señoras se quedaron un rato admirando, tocando y preguntando sobre los materiales y precios.

            —¿Y ese general Justo Rufino Barrios es pariente del finado Gerardo Barrios? —Preguntó doña Ingrid acordándose de los artículos que se publicaban sobre el mandatario chapín.

            —Nada que ver. —Se apresuró a decir doña Rafaela con cierta indignación que a Gerardo Barrios lo relacionaran con el de Guatemala—. El abuelo de Gerardo Barrios era francés, don Pedro Joaquín Barrios, hermano de Claudio Barrios uno de los jefes de la primera revolución francesa. Me contaron que el abuelo le hablaba siempre en francés y por eso lo aprendió muy bien. Se recuerdan que fue plenipotenciario en España y estando ahí se fue a Francia a presentarse con su amigo don Luis Napoleón Bonaparte que fue el primer presidente de Francia. Porque este señor pasó por El Salvador allá por el año de 1852 cuando Gerardo Barrios era gobernador de San Miguel y le prodigó excelentes atenciones. Y le dijo que cuando él pesara en los destinos de Francia que fuera a verlo. Y no me lo estoy inventando, esto fue contado por Juan José Cañas quien era en ese entonces el secretario del general Barrios. Y dicho y hecho, cuando fue a Francia don Luis lo trató con grandes honores como a un príncipe. No, este de Guatemala es un tirano y criminal hijo de un agricultor de Quezaltenango. No mamita, no se confunda. Nuestro Gerardo Barrios tenía clase. Ese de Guatemala, dicen que tiene mucha ambición y el de nosotros tenía visión hacia el futuro y ciertamente que todo mejoró cuando él gobernó.

            —Bueno, pero no se ponga al brinco doña Rafaela, solo era curiosidad por la coincidencia del apellido. —Dijo sonrosada doña Ingrid.

            —Usted es de las que creyó en todo lo que Dueñas publicaba acerca de él, donde lo nombraba tirano, que había robado en su huida y ¡uf!, no sé cuántas mentiras más, porque para inventar, Dueñas tenía al fanfarrón adecuado, y hasta a doña Adelaida la involucraron en un delito de contrabando. Lo increíble es que nadie firmaba esos artículos. Puras mentiras de mentes enfermas y fanáticas por Dueñas. —Le recalcó.

            —Doña Rafaela, yo sé que lo calumniaron hasta más no poder por el gobierno de Dueñas. Le confieso que las publicaciones me tomaron por sorpresa, pero yo estuve en muchos de sus actos y por mil referencias sé que fue un hombre muy avanzado, ordenado y culto. —Se defendió doña Ingrid porque sentía que doña Rafaela iba a dar por terminada su amistad solo por esa pregunta.

            —Bueno, no se hable más y ese Rufino no está relacionado con el general Gerardo Barrios, se lo repito para que quede claro. —Aclaró dejando de abanicarse y caminando hacia el puesto de conservas, las que eran su debilidad.

            —Es verdad, y hasta dicen que se casó con una joven de apenas 14 años. —Agregó Rocío.

            —Bueno, es que como dicen, para gato viejo ratón tierno. —Comentó doña Ingrid.

            —Esa edad es muy tierna para casarse. —Dijo Rocío muy seria.

            —Es la costumbre. —Enfatizó doña Ingrid.

            —El hombre le duplicaba la edad. —Le dijo Rocío indignada.

            —Bueno, ¿nos interesa su vida? No, ¿verdad? —Dijo doña Rafaela poniendo punto final a la discusión.

            Rocío se quedó callada pensando en lo difícil que la tienen las mujeres en aceptar hombres que no son de su agrado para casarse. Aunque el tema de la esposa de Justo Rufino no era de su incumbencia, era el hecho de que fue obligada a aceptar a alguien a quien no quería, y le vendieron la idea de que era el presidente de Guatemala quien había pedido su mano. La entregaron a un tirano. Concluyó en su mente.

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