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 CAPÍTULO I

Viendo hacia el pasado

 

 

            Vanessa había regresado del hospital con su bebé recién nacido a su modesto apartamento, y estaba viendo con horror las imágenes por televisión de su precioso apartamento en Manhatan destruido por una bomba, y el cadáver de su madre cuando la trasladaron en una ambulancia. Desecha en llanto, se sentía vulnerable, indefensa y temerosa.

            Comenzó a recordar su infancia tan feliz con sus padres, y cómo cambió su vida desde el momento en que dejó su casa y salió al mundo real. Reflexionaba por qué se encontraba, en esos momentos, incapaz de sobreponerse y en un estado de pánico.

            Atrapada en sus recuerdos, se dejó caer pesadamente en el sofá, con la mirada ida en la televisión, pero sin prestar atención  más que a su memoria. Se le vino a la mente desde el día en que recibió la noticia de haber sido aceptada en la Universidad de Harvard, en Cambridge, Massachusetts, para estudiar la carrera de Abogado. En el acogedor hogar en Miami, sus padres la llenaban de besos y felicitaciones por haber alcanzado su sueño. Era su única hija y su gran orgullo.

            Su madre salvadoreña, Anabela Gertrudis Salazar, había huido de la guerra civil de El Salvador y emigrado a los Estados Unidos para continuar sus estudios y regresar cuando se terminara la guerra. Pero eso no sucedió y luego de graduarse de la Universidad de  Miami, se casó con Peter Williams. Y formaron un hogar estable, procreando a su única hija Camila. Ella, ahora de 17 años, y un gran entusiasmo de juventud, se disponía a dejar su hogar para seguir sus estudios superiores de Derecho, en la Universidad de Harvard, el sueño de todo estudiante aplicado. 

            Pero antes que iniciara sus estudios, Anabela decidió darse unas vacaciones en familia. Le había hablado mucho de su país natal El Salvador, y desde que emigró a los Estados Unidos nunca había regresado, llevaba ya 28 años viviendo en Miami. Solo mantenía correspondencia con sus familiares, dos hermanas mayores que ella, que se habían quedado viviendo en Santa Ana, una preciosa ciudad con vestigios todavía del pujante y deslumbrante pueblo que fue antaño.

            Peter estuvo de acuerdo en que llevara a Camila a conocer su otra familia en El Salvador. Anabela también conocería un país totalmente diferente a como ella se acordaba, después de la guerra civil que lo dejó acabado, sumado a los terremotos que lo dejaron devastado, El Salvador presentaba ahora una cara totalmente renovada, pujante en su comercio e industria.

            Camila estaba impresionada, las distancias para ir de la capital hacia el interior del país, a la playa, o a lugares turísticos eran cortas, y eso le agradaba. Había más tiempo para platicar. La gente era muy simpática y sonriente.

            Santa Ana, uno de los catorce departamentos y el segundo en importancia, todavía mantenía tradiciones y costumbres; una de ellas eran las tertulias, reuniones de señoras a tomar café con tamales o pan dulce, en la terraza de las casas de la austera sociedad santaneca, y hablar de todo un poco. Esto le simpatizó, había tiempo para platicar y divertirse, era una vida muy calmada y sedentaria, en comparación con la agitada vida de Miami, donde cada día tenía que realizar muchas actividades, que a veces no le quedaba tiempo ni de hablar con su madre. Se sintió transportada a un mundo diferente como un viaje al tiempo pasado, rústico, pero con un cálido encanto.

            Conoció a sus  primos Sergio y Mauricio Salazar, de veinte y veintidós años, la llevaron a pasear en caballo por la finca, era época de floración y se veía como si una nevada les hubiera caído a las plantas. Camila pensaba que eran encantadores, y que eran muy caballerosos con ella, bien diferentes en su trato hacia una mujer, comparados con los americanos. Había distinción de sexos bien marcada, y los hombres tenían una educación de caballero, como ejemplo: le halaban la silla para que se sentara, le cedían el paso, le abrían la puerta para que entrara, esperaban que terminara de hablar, para hablar ellos, nunca andaban sin camisa frente a ella, porque era un irrespeto, no comían antes de que ella comenzara. Y en la calle la hacían hacia el lado de adentro de la acera y ellos se pasaban a la orilla de la calle para protegerla.                                                                  Sus primos vivían en la capital en un apartamento alquilado mientras estudiaban en la universidad. Anabela y Camila se hospedaron con ellos, porque su madre no la iba a dejar sola aunque fueran sus primos. La cuidaba en exceso. A veces era sofocante su manera de educarla. Sus hermanas la criticaban por eso, la creían sobre protectora y perfeccionista con su hija. Anabela les respondía que si la dejaba a su libre albedrío, hubiera salido embarazada, drogadicta o alcohólica. Les contaba como en Estados Unidos las chicas desde los doce años andaban con novio a solas en el cine o parques; y que sus mamás las soltaban a que terminaran de educarse en la calle, como consecuencia los  niños se volvían rebeldes e irrespetuosos.

            Ante la insistencia de sus hermanas, accedió a que saliera con sus primos a la casa de la playa con las recomendaciones del caso, mientras Anabela hacía compras, platicaba con sus hermanas y visitaba más parientes en la capital, pero le llamaba unas tres veces en el día al celular que le había conseguido para controlarla.

            La llevaron a la costa de Sonsonate, donde tenían un rancho a la orilla de la playa. Era grande y bien equipado para visitas, las que constantemente tenían, por la familia tan numerosa. Llegaron otros primos a conocerla y pronto se hizo una alegre reunión de solo primos y amigos de los primos.

            Hicieron una lunada en la playa. Encendieron una fogata, Mauricio llevó su guitarra y le dedicó algunas canciones, las más populares del momento.

            Camila estaba encantada de esa vida, era alegre, espontánea, divertida. Era un grupo de primos muy unido y se llevaban muy bien. Era fácil enamorarse del ambiente.          

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO II

BRIAN

 

 

            Entró a la Universidad, ésta tenía edificios de habitaciones para los estudiantes residentes;  y en sus calles aledañas pequeñas casas de dos apartamentos amueblados para los más acomodados, uno de estos le alquiló su padre, aunque no estuviera de acuerdo. Había hecho un gran esfuerzo económico, para que no compartiera con nadie su habitación. Anabela era de la idea que su bella hija no se mezclara con alguna desconocida con ideas liberales en la cabeza.

            Su vecino de enfrente era un chico extraño, muy serio, criaba lagartos en el pequeño jardín del apartamento del primer piso, estudiaba ciencias. No le daba mucha importancia a las relaciones personales, por eso era muy solitario y retraído. Y como no daba oportunidad para entablar conversación, no se molestó en conocerlo.

            Camila se concentraba tanto en sus estudios, porque tenía que sacarle provecho al sacrificio que hacían sus padres para poderla enviar a una universidad tan cara, aunque con sus excelentes notas le habían otorgado el setenta y cinco por ciento de la beca, pero aun así, el alquiler del apartamento era un gasto extra y bien elevado. No po-día defraudar, sobre todo, a su madre, que le había dado una educación estricta: novios supervisados, sin llegar al sexo, no llegar tan noche a casa y no quedarse a dormir fuera de su casa. Con todo esto la tenía muy comprometida, y sobre todo que ejercía una política de terror con ella, por lo que debía responderle como Anabela quería. Como había crecido de esa manera, Camila la obedecía por el miedo a defraudarla, además que sentía terror de portarse como normalmente se comportaban las chicas de su edad, porque más de una había salido embarazada a temprana edad, o se habían perdido en las drogas.

            Para Doña Anabela desprenderse de su única hija había sido un duro golpe, pero entendía que era tiempo de poner a prueba toda la educación y consejos que le había dado, debía confiar en que su bella hija iba a saber defenderse sola.

            La universidad era un desfile de gente rara, con los más extravagantes atuendos, unos muy tradicionales y elegantes, otros desordenados; las jóvenes que comenzaban llevaban argollas en las orejas, nariz y labio inferior o en las cejas, como era la moda. Camila mantenía un vestuario muy conservador pero a la moda y sin exagerar, con muy buen gusto y buenas combinaciones, como le había enseñado su madre. Aunque eso era en las de nuevo ingreso, porque los estudios eran tan fuertes que no tenían tiempo de arreglarse, o colgarse cada argolla y se presentaban a clases, a veces sin bañarse, y los jóvenes sin rasurarse.

            Pronto hizo amistad con otras chicas, pero nunca se imaginó que su mejor amiga llegaría a ser una chica extravagante, con argollas en la nariz, horrendamente pintada, pero muy inteligente y con una capacidad infalible para resolver problemas contables. A Camila le parecía extraordinaria, pensaba en qué diría su madre si la conociera, seguro que se la criticaría. Aunque llevara tantos años viviendo en Estados Unidos, Anabela no se acostumbraba a las extravagantes modas y tipos de vida libertinos; por esa razón, ella había pasado muchos momentos tristes. Sin embargo, había comprendido y respetaba la educación que su madre le inculcaba, métodos anticuados que no iban acordes a la época.  Pero eso le había ayudado a ganarse el respeto de sus compañeros, así como también la marginación de algunas de sus compañeras. Pero eso no le importaba mucho, tenía una fijación, estudiar Derecho, y si la marginaban era porque no fumaba, no tomaba, no hacía nada alocado, como tatuarse, y tampoco iba a tener relaciones sexuales solo por tener una experiencia, que de acuerdo con su madre eso era estúpido, y así lo creía ella también. Por eso, gracias a todo lo que no hizo, se graduaba con honores e ingresaba a la mejor universidad del país.

            Había un joven muy popular en la Universidad, que todas las chicas se morían por estar con él, era muy apuesto, bronceado, ojos azules, rubio, cuerpo fornido por el deporte que hacía, y sobre todo porque tenía dinero, y él lo sabía. Se fijó en Camila desde el primer día, llevaba el segundo año de derecho, aunque llevaba dos materias de primer año, porque no era muy brillante, jugaba en el equipo de fútbol americano y se destacaba por buen jugador. Como en todos los órganos colegiados existían las conexiones entre familias de mucho dinero y personal administrativo, por lo que Brian había entrado gracias a que su padre había salido graduado de esa universidad, y no esperaba menos de su hijo.

            ­—¡Vaya, vaya, vaya, ha mejorado el harem! —Le dijo a sus amigos al ver  pasar frente a él, a Camila.

            —Sí, ¡qué belleza! —Exclamó el otro.

            En realidad era muy bella, blanca de ojos almendrados grises profundos, enmarcados en unas cejas negras medio arqueadas, cabello color miel claro, facciones finas de muñeca, con un hoyuelo en la barbilla, y un cuerpo sin defectos.

            Brian la comenzó a acosar. Camila estaba tan concentrada en sus estudios que no le prestaba la más mínima atención, aunque veía con tristeza como las demás chicas se le ofrecían sin medida, lo buscaban y siempre tenía una diferente. A Brian le obsesionó el hecho de que no le hiciera caso y se propuso conquistarla en serio.

            Camila solo sonreía con desgano a sus estúpidos galanteos. Por fin un día se desesperó y la abordó en un pasillo.

            —¿Oye niña qué te crees? —Le preguntó tomándola del brazo. Camila se soltó bruscamente y le contestó.

            —¿Tienes algún problema? —Ella sabía que estaba obsesionado con ella, y que quería a toda costa tener un acercamiento, pero lo creía tan falso, tan engreído, que no le prestaba la más mínima atención. Y se había propuesto no darle oportunidad ni de conocerla. No era su tipo y le caía mal. La popularidad lo había llevado a ser el hombre más vanidoso del momento, y pensaba que con solo sonreírle a una dama, ésta se le rendiría a sus pies. Pronto estaba por descubrir que no todas eran iguales.

            —Quiero que nos conozcamos, salir contigo, esas cosas. —Le dijo tomando una actitud galante, que no le iba con su presencia arrogante.

            —No me interesas. —Fue la respuesta seca, y se retiró dejándolo con un palmo de narices a la vista de sus boquiabiertos seguidores.

            Brian la siguió dispuesto a no quedarse apenado por ella.

            —Nadie me ha rechazado de esa manera, ¿es que no te gusto? —Le preguntó, era del tipo que no podía obtener una negativa de una mujer, hasta la fecha su récord había sido perfecto—. Tú y yo haríamos la pareja ideal, me gustas mucho Camila.

            Ella lo vio de pies a cabeza con forma desdeñosa.

            —Pero tú a mí no, y no quiero ser tu pareja, ni salir contigo —le contestó con sinceridad, y continuó su camino haciéndose a un lado para evitarlo.

            —¿Es que acaso eres lesbiana? —Le preguntó Brian con rudeza porque no entendía el motivo por el cual no lo aceptaba.

            —¡Eres asqueroso! —Le contestó enojada.

            —¡Te pesará no haber salido conmigo! —Le dijo sentenciándola al oído para que nadie fuera testigo de su amenaza.

            Brian Parker Jr. era hijo único del primer matrimonio de su padre, un hombre millonario excéntrico, quien rara vez veía a su hijo, solo le enviaba dinero para sus gastos, los que dicho sea de paso, eran muy caros, claro está. Entonces Brian hacía su voluntad. Se sentía con poder para hacerlo y la gente que lo rodeaba también se encargaba de levantarle su ego a niveles degenerados.

            Su amiga Adda, la de los aretes en las cejas, con quien se juntaba para almorzar, la criticó el haber sido tan descortés con él.

            Adda era hija única del primer matrimonio de su mamá, pero ya tenía más hermanastros de parte de ambos padres, vivía con su abuela, porque no le simpatizaba que su madre tuviera novios, no se adaptaba a ninguno, por ello había tenido serios problemas con su mamá. Descuidada por ambos padres, Adda se había soltado a hacer su voluntad, y a vivir su vida sin restricciones, todo lo contrario a lo conservadora que era Camila.

            —Fuiste muy descortés, ¿qué importa si tienes un amorío con él?, es bien guapo y creo que todas las mujeres de esta universidad darían cualquier cosa con tal de que las volteara a ver siquiera.

            —No Adda, no me simpatiza para nada. Es un engreído. Piensa que todas estaremos a sus pies. Además no tengo tiempo para amoríos y mucho menos con niños idiotas. —Explicó Camila.

            —Pero con dinero —alegó Adda.

            —Aunque fuera millonario Adda, es un engreído, petulante y prepotente. Me acaba de amenazar, de que me voy a arrepentir por no haber aceptado salir con él.

            —¿En serio?

            —Sí, a menos que le haga caso.

            —Tú te lo pierdes, seguirás siendo virgen.

            —¡Adda, no seas tan grosera!, lo dices como si fuera algo terrible, una vergüenza.

            —Claro que es terrible, no sabes de lo que te pierdes, andarías más relajada si tuvieras sexo de vez en cuando.

            —El día que yo tome la decisión de hacerlo será cuando ame verdaderamente a alguien, de lo contrario, no encuentro lógica tener sexo solo por hacerlo, sin amor, no me cabe, ¿entiendes? Hasta se puede pescar una enfermedad grave por andar de promiscua. Y con relación a lo que dijiste solo me altero cuando pasan estas cosas, es lo normal, tener enfados por algo que te molesta. El sexo no tiene nada que ver con andar relajada o no, eso es de gente ignorante el pensarlo, y perdona que te lo diga, porque debes pasar leyendo revistas de chismes, con consejos inútiles que solo distorsionan la realidad y confunden a la gente. —Le dijo Camila molesta.

            —No me molesta, cada quién con sus gustos. —Le contestó Adda quien no entendía su forma de pensar. Ella era una mujer que no mantenía relaciones amorosas, solo sexuales, para ella era como un ejercicio en la cama muy necesario en su vida diaria, y eso gracias a toda la información de revistas de chismes que hablaban sobre el tema. En las cuales hacían ver el sexo como una cura a muchos males, pero no hablaban de las consecuencias que puede causar el tener relaciones sexuales con cualquiera.

            —Adda ¿es que tú nunca te has enamorado?

            —No, eso es cursi —le dijo haciendo una mueca. Aunque en el fondo, sí había sentido algo especial con un novio que solo la quería para tener relaciones sexuales gratuitas. Aunque ella siempre tenía la esperanza que al entregarse a sus deseos, podría tener un romance duradero con él. Pero desilusionada se daba cuenta que solo era utilizada; y de esa manera, trataba de fingir que también ella utilizaba a su pareja. Por lo cual había formado una capa protectora a sus sentimientos verdaderos. Trataba de que en sus relaciones no hubiera compromiso, ni sentimientos de por medio. Pero por su misma actitud rebelde hacia el mundo, se guardaba sus más íntimas pasiones, y se hacía la práctica, a la que no le importaban los sentimentalismos, a la que le valía lo que dijeran de ella. Pero en el fondo sí le importaba, a toda mujer le importa lo que se diga de ella, es parte de la vanidad de ser mujer. Sirve de evaluación para su propia estima.

            —No te entiendo, enamorarse es lo más hermoso de la vida. Tener a alguien con quien compartir tus momentos inolvidables, íntimos, de tristeza, de alegría, ¿nunca te ha ocurrido? —Preguntó Camila curiosa de saber el fondo de su pantalla rebelde.

            —Nop. —Le dijo mintiendo.

            —Ahora entiendo por qué eres así —le dijo con desilusión moviendo la cabeza—. Realmente mi situación es otra, yo tengo una autoestima muy elevada porque así me han educado, y no cualquiera entrará en mi vida. Y considero a Brian, aunque tenga dinero como tú dices, un cualquiera, maleducado, vulgar y prepotente. A mí me gusta un hombre caballeroso que me trate con delicadeza.

            —De esos ya no existen, mejor lo encargas a París. Porque aquí no te van a salir así. —Le dijo Adda.

            —Ya veremos Adda, yo creo que existe el hombre educado. Lo que sucede es que las mujeres con el comportamiento de libertinas como tú, —le hizo énfasis— lo han hecho insensible y que solo quieren tener sexo sin pagar.

            —¿Entonces crees que debo cobrar? —Preguntó Adda riéndose.

            —Eres imposible Adda. Sabes a lo que me refiero. Los muchachos desde que sus hormonas despiertan quieren tener sexo. Son contados los que se enamoran realmente.

            —Yo perdí mi virginidad con un chico de dieciséis años como Brian. De los que acosan hasta que te consiguen. Yo era muy tonta, pensé que estaba enamorado de mí y solo era una apuesta que había hecho con otro compañero.

            —Ves, así son. Brian no me simpatiza, y no me importa si tiene dinero. De seguir así, perderá su herencia, porque no se mide en sus gastos, solo para presumir que tiene.

            —Es un chico muy apuesto. Si me buscara creo que le haría caso, y talvez le cobrara. —Dijo riéndose.

            —Adda, no seas tan superficial. Debes valorarte y me refiero a que eres inteligente, no una cualquiera. He visto en ti a un ser humano perfecto. Lo único es que no quieres verte en el espejo y encontrar a esa mujer especial que eres.

            Adda se quedó reflexionando en sus palabras. 

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CAPÍTULO III

KEVIN

 

 

            Culminó su primer semestre con notas sobresalientes. Cumplió los dieciocho años y sus padres le regalaron un automóvil, era un Volkswagen color blanco, de segunda mano. Su madre había convencido a Peter porque así no andaría en el vehículo de ningún chico, y sería más independiente. Camila estaba feliz, sin conocer la verdadera razón de su madre.

            Su vecino, el chico raro, también se había enamorado de ella, la observaba con su telescopio, la seguía, sin decirle nada. Era tímido. Usaba una melena alborotada y gafas gruesas, era alto y delgado pero fuerte, porque hacía deporte, le encantaba la natación; y al igual que sus compañeros, era marginado por ser «cerebrito».

            Le habían permitido tener lagartos en el pequeño jardín, y hacer sus experimentos con ellos, por ser el mejor estudiante de ciencias de la facultad.

            Un día Camila estaba trabajando con el grupo de estudio de sus compañeras de clase, en un pequeño jardín con mesas que había en medio de los edificios. Trabajaban en resolver un cuestionario que le habían dejado en la materia de investigaciones delictivas, cuando del segundo piso del edificio le tiraron una baldada de agua fría y le gritaron: «¡mujer de hielo!». Calificativo que Brian le había puesto en venganza por su desprecio. Había iniciado una guerra contra ella, había averiguado que era mitad latina, y como siempre existen los problemas raciales en los Estados Unidos, a él le agradó la idea de acogerse de ese tema para fastidiarla.

            Sus compañeras salieron corriendo y la dejaron sola, volteó a ver a su alrededor y todos se estaban burlando de ella.

            Agarró sus cuadernos empapados y corrió hasta su casa, pero para su sorpresa se topó con que estaban los lagartos del vecino en su entrada y en los alrededores de su apartamento, y no pudo entrar; entonces fue donde el vecino, se llamaba Kevin.

            —¡Kevin! —Le gritó furiosa y golpeándole la puerta. —¡Abre por favor!

—¿Qué ocurre? —Preguntó nervioso de ver a su amor secreto en su puerta y llamándolo por su nombre.

            —¡Tus bestias han cerrado el paso en mi casa, no puedo entrar! —Le dijo alterada.

            —¡Oh no, oh no! ¡Qué pena! —Decía Kevin quien estaba apenadísimo, salió a ver y cambiaba de colores, no sabía que decir, no le quería causar una mala impresión a quien amaba en silencio.

            —Ve a traerlas, ¿son tuyas o no? —Le dijo ofuscada de verlo que no hacía nada.

            —Sí, disculpa, por favor pasa adelante. —Le decía Kevin visiblemente nervioso.

            —¡No!  ¡Quiero entrar a mi casa a cambiarme! —Le dijo autoritaria.

            —Por favor pasa, te explicaré algo. Yo siento mucha vergüenza de que esto haya ocurrido, pero..., ¿y a ti qué te pasó? —Le preguntó al observar que estaba empapada.

            —Es largo de contar. —Le contestó respirando hondo para no volver a enfadarse, tendría una buena explicación sobre los lagartos.

            —Siéntate, si quieres puedes secarte con mi toalla y ponerte alguna de mis camisetas, porque hace frío.

            —Quiero hacerlo pero en mi casa. —Le contestó Camila perdiendo la paciencia tiritando del frío.

            —Yo no sé cómo... —Le decía cortado, se tomaba la cabeza y no le salían las palabras.

            —¿Qué ocurre?, ¿por qué no llamas a tus mascotas y así podré entrar felizmente a mi casa? —Le dijo mordiéndose la lengua para no ser más descortés.

            —Es que no puedo quitarlos de ahí. —Le dijo por fin, humildemente.

            —¿Por qué no? —Le preguntó con impaciencia.

            —Es que están en período de apareamiento y es cuando tengo que dejarlos tranquilos sin alterarlos.

            —¿Y eso significa que se quedarán allí para siempre?

            —No, solo hasta que se apareen nada más.

            —¿Y eso cuánto dura?

            —Un día o dos —dijo exagerando para retenerla un rato más.

            —¡Mentira! —Exclamó Camila, quien como buena miamense, conocía las reservas de reptiles, como los cocodrilos de los pantanos de Florida, y sabía cómo funcionaba su sistema reproductivo y algunos otros detalles.

            —Bueno, no es que duren ese tiempo…, ese es el experimento. Pero puedes quedarte aquí con toda confianza.

            —No bromees que no estoy de humor.

            —¿Y qué te ha ocurrido?

            —Un imbécil llamado Brian me lanzó agua fría y me dijo cosas..., —hizo una pausa— pero bueno no tiene importancia.

            —A mí sí me importa. —Le dijo en tono indignado por esa ofensa a una persona tan encantadora.

            —Es que es un chico al que no le gusta una negativa para salir con él. ¡Es un imbécil! —Le dijo contrariada al acordarse.

            —Estoy de acuerdo. Siento lo que te pasó, pero siento más no poder ayudarte, los lagartos son de lo más agresivos si les trato de sacar de donde se sienten a gusto, me pueden lastimar mucho, ¿me entiendes? —Le salió por fin la explicación.

            —¿Y si les pones tranquilizantes?

            Camila era muy inteligente, pensó Kevin, no era fácil de engañar, era perfecta, le encantaba.

            —Sí eso sería buena idea, pero para eso necesito ayuda porque el cuero del lagarto es bien duro, tengo que darles vuelta para hacerlo, e igual no funcionaría. Además, te seré sincero que para el experimento que realizo me tomaría una mala nota si lo hago, de esos lagartos depende que pase la materia. —Kevin era un apasionado de las ciencias naturales, estaba inmerso en sus experimentos, y no podía permitirse que por algo tan simple, aunque tuviera solución, desperdiciaría su experimento. Era en extremo responsable con sus asuntos. Nada le costaba quitarlos de allí, de alguna manera, pero no quería perjudicar su trabajo. Además quería tenerla en su apartamento aunque fuera por esa extraordinaria condición.

            —Ya veo ¿Y qué voy a hacer? —Preguntó Camila angustiada.

            —Mira, relájate, te prepararé chocolate caliente, y aquí tienes un suéter y todo lo que necesitas para estar cómoda. —Le dijo al momento de darle su suéter y desocuparle rápidamente el sofá, que lo tenía lleno de libros, para que se sentara.

            Camila se sentó derrotada, no podía creer que Brian pudiera llegar tan lejos, atacarla frente a todos, humillarla, y todo eso por no aceptar salir con él. Vio sus libros de derecho empapados y vio por la ventana los lagartos caminando por su jardín. Movió la cabeza con negativa.

            Kevin salía de la cocina con una humeante taza de chocolate y unas galletitas.

            —¡Cielos este no ha sido mi día! —Exclamó desconsolada—, mira mis libros de derecho están empapados y creo que perdí otro de mis apuntes y mañana tengo prueba. —Comentó Camila.      

            —No te preocupes, yo te puedo ayudar, iré a buscar tus apuntes mientras te secas y te cambias, y tus libros los meteré al horno de microondas y verás que pronto se secarán.

            Kevin veía su oportunidad para agradarle y tratar de conquistarla. Salió de su casa a toda prisa, y Camila hizo lo recomendado, se moría del frío y se cambió, tomó el chocolate con galletitas, en realidad le cayeron bien. La señal del horno se encendió y sacó su libro, estaba menos mojado, trató de concentrarse en el caso que tenía que resolver, pero no podía dejar de pensar en lo estúpido que había sido Brian, y en el ridículo que había hecho delante de todos sus compañeros de trabajo que habían salido también perjudicados.

            Llegó Kevin con su cuaderno, pero no se entendía nada, con el agua que le cayó, la tinta se había corrido.

            —¿Te sientes mejor? —Le preguntó preocupado al verla tan indefensa.

            —Sí, gracias. ¡Rayos! mira mi cuaderno ahora ¿cómo voy a estudiar? —Le dijo afligida.

            —No te apures, creo que algo se te quedó de la clase y lo podrás volver a poner en el papel, o sino dime quien te puede dar copia y yo lo buscaré —le dijo Kevin dispuesto a servirla en todo.

            Camila suspiró, estaba derrotada.

            —¿Cómo cuánto durará el apareamiento?

            —Bueno, no lo sé, tal vez unas horas más, tal vez toda la noche, depende de qué tan calientes estén. —Dijo riendo para romper un poco el hielo, pero a Camila no le causó risa.

            —Pero en el frío de afuera los lagartos no resistirán, ¿o sí? —Le preguntó intrigada, porque son de sangre caliente.

            —Es parte de mi experimento, porque los he aclimatado en el laboratorio desde que nacieron.

            —¿Y qué voy a hacer?, ¡no me puedo quedar aquí! —dijo con angustia.

            —¿Y por qué no? —Le preguntó Kevin extrañado por su actitud tan esquiva.

            —No te conozco, no es correcto, no debo. —No tenía muchos argumentos. Era común tener compañía en los dormitorios; pero ella no era así, era en extremo conservadora, su madre la había criado de esa manera, prejuiciosa. El hecho de estar en la habitación de un joven soltero era como insinuársele, según su madre; aunque no hubiera ninguna malicia en ello, pero ella estaba condicionada a creerlo de esa manera, porque así se lo había explicado su madre.

            —En el apartamento de arriba no hay nadie, solo tengo mis archivos y experimentos, hay una cama que nunca la he ocupado, es para cuando mi papá viene a verme, y solo se ha aparecido tres veces desde que estoy aquí, ya llevo cuatro años, es más fácil que yo vaya a verlo en vacaciones.

            —¿Y mi ropa y mis cosas personales? —Le preguntó.

            —Ya resolveremos eso.

            —Quiero irme a mi casa Kevin, no me siento a gusto aquí —le decía ella con aflicción, no sabía de qué, ni por qué. Era como si su madre la estuviera viendo y le reprocharía el hecho de que se quedara con un muchacho en su casa, aunque no hiciera nada malo.

            —Escucha, cálmate, veré si puedo entrar a tu casa por una ventana y sacarte tus cosas.

            —En ese caso te acompaño y así yo podré entrar —le dijo decidida a luchar contra los lagartos si fuese necesario.

            —Eso es de lo más arriesgado, y no quisiera que te fueran a hacer daño, yo ya estoy acostumbrado a sus mordidas y sé cómo defenderme de ellos —le explicó muy orgulloso, mostrándole una gran cicatriz en su brazo derecho de los colmillos de un lagarto.

            —¿Y cómo piensas entrar si está todo con llave y las ventanas cerradas por dentro? —Preguntó Camila curiosa.

            —No hay problema para mí. Lo intentaré. Tengo algunas herramientas muy útiles —le dijo buscando en su escritorio unos desarmadores y alambres.

            Camila observaba por la ventana lo cuidadoso que era al pasar entre los animales, se daba cuenta que tenía razón, que solo alguien con experiencia podía hacer eso. Uno de los animales se movió perturbado por la presencia de Kevin, éste se quedó inmóvil por un buen rato y luego siguió.

            Logró pasar entre los tres lagartos meter un alambre por la rendija de una de las ventanas y sacarle la aldaba.  Se logró meter y comenzó a tomar las cosas que necesitaría para estar más cómoda; le sacó hasta la ropa interior, el traje que se pondría al día siguiente, uno que a él en lo particular le encantaba como lo lucía, su pijama, sus cosméticos, cepillo de dientes, secadora de cabello y todo lo necesario para que no dijera que le faltaba algo.

            Camila quedó impresionada de que no le faltó ningún detalle. Kevin la invitó a cenar, y más tranquila bajó a comer con él, vio todas las cosas que tenía, un gran escritorio con su computadora encendida todo el tiempo, con fax, scanner, impresora, tenía varios discos con programas que solo un científico entendía; la habitación la tenía repleta de libros, una calavera adornaba la mesa de centro de la pequeña sala, botes de laboratorio con ranas, culebras, arañas, estaban en la cocina. Y su mascota favorita, un pequeño lagarto de un mes de nacido, al que le había fabricado un minucioso hábitat, con una luz que irradiaba mucho calor, por lo que la mantenía todo el tiempo encendida. Hasta nombre le había puesto: Juancho. Tenía todo lo típico de un estudiante de ciencias. En el apartamento de arriba donde se quedaría Camila, había guardado en la refrigeradora muchos frascos con vísceras y soluciones, le recomendó a Camila no abrirla para que no se asustara. Le aceptó la idea de no abrir la refrigeradora. Lo consideraba muy típico en alguien que estudia ciencias. En eso le llamó la atención el telescopio y echó un vistazo, para su sorpresa estaba dirigido a su casa y especialmente a su cuarto.

            —¡Kevin me espías! —Le gritó asombrada.

            —¡No! —Dijo nervioso de saberse descubierto—, es para ver las estrellas…, aunque tú..., eres una de ellas —le dijo apagando un poco la voz, algo avergonzado.

            Camila lo miró perpleja, entendió en seguida que era un admirador silencioso y tímido.

            —Kevin eres un embustero, lo de los lagartos es una mentira, todo ha sido planeado para tener un acercamiento conmigo, ¿verdad? —Le reclamó indignada.

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