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Capítulo II

1855

 

 

            Por decreto del Presidente José María San Martín, la capital se había trasladado a Cojutepeque, que iba concentrando a la mayoría de capitalinos, apoyando al gobierno y afianzando sus residencias en aquel pueblo, y por ende las fiestas y tertulias. Y también por decreto presidencial, se comenzaba a construir la nueva capital en la Hacienda Santa Tecla, a la que llamarían Nueva San Salvador.

            Agitaba a la floreciente sociedad, la guerra de Nicaragua contra los filibusteros, cuya situación ya se había tornado desesperada.

            William Walker un ambicioso médico americano y aventurero pirata, había fraguado una invasión al territorio mejicano y hacerlo formar parte de los estados americanos para anexar tierras en nombre de la federación. Por ignorancia de los tratados con México, la invasión fue un fracaso. No contento con esta derrota, y llevando como bandera la doctrina del “destino manifiesto”, en la que, cualquier territorio en disputa, y conquistado a nombre de la Unión Americana, era justificable anexarlo como estado de la Unión. Según el ambicioso manifiesto, la Unión Americana era una nación destinada a la expansión de su territorio, por un designio especial del cielo, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno, liberándose de las manos dominadoras de las monarquías europeas. Inspirado en esta fantasía, armó otro ejército de aventureros y fue a Nicaragua aprovechando la discordia política entre sus dos grandes pueblos: León y Granada, que no solo los separaba un lago, sino la disputa de un poder absoluto que el orgullo de castas por ambos bandos, no les permitía ceder. Walker se alió con el gobernador de León que lideraba el partido Legitimista liberal para invadir Granada de corte conservador, y asegurar, según su gobernante, su subsistencia política. La facilidad de la contienda elevó a Walker a proclamarse presidente de Nicaragua. Los vientos a su favor, como las leyendas indígenas que decían: “vendría de tierras lejanas un libertador de ojos azules”, hicieron que el Obispo creyera que Walker era el enviado de la Providencia, para curar heridas y reconciliar a la familia nicaragüense que se había dividido por las inclinaciones políticas.  El obispo, ingenuo como todos, de las verdaderas intenciones del filibustero, le decía: “iris de concordia”, “ángel tutelar de la paz” y “estrella del norte”, apelativos que cacareaba desde el púlpito, y que lograron subir a Walker a un pedestal. Y no aguantando la población vivir en la anarquía constante por las disputas por el poder entre los dos bandos políticos: los legitimistas conservadores de Granada y los liberales democráticos de León, aceptaron al caudillo. Pero tarde despertó el pueblo nicaragüense de lo que había hecho. Walker daba tierras a cuantos norteamericanos ambiciosos llegaban a Nicaragua para esclavizar a los indígenas y hacer riquezas instantáneas. Pero también se ganó enemigos, entre sus mismos compatriotas, al expropiar la Trasatlántica del Comodoro Cornelius Vandervilt, quien tenía una flota de embarcaciones que  transportaban por el río San Juan, a los que de Nueva York querían ir a California, picados por la fiebre del oro, y ahorrándose la vuelta por el Cabo de Hornos. Se embarcaban en San Juan del Norte, y al llegar a los grandes lagos, los pasaban en carretas o mulas al otro puerto de San Juan del Sur, en el océano Pacífico, y ahí los embarcaba para el puerto de San Francisco, en California. Pero al ser expropiado por el filibustero, Cornelius juró vengarse.

            Walker anunciaba abiertamente su intención de conquistar los demás países centroamericanos y Cuba, y anexarlos a la Unión de Estados Americanos. El Presidente de Costa Rica, Juan Rafael Mora, temeroso de que la invasión se extendiera a sus tierras, fue de los primeros en atender los llamados desesperados del gobierno de Nicaragua, que había formado una resistencia y necesitaba aliados. Y envió a su cuñado el General José María Cañas, al frente de un considerable ejército.

             

            Esta noticia circulaba en territorio salvadoreño, cuando había pasado un año desde la fiesta en la Hacienda, y Cojutepeque era el centro de las tertulias, después del terremoto. Aunque algunos capitalinos, no habían querido moverse y las oficinas de la gobernación de San Salvador estaban siendo reconstruidas. Todo esfuerzo del señor Gobernador Don Ciriaco Choto, quien luchaba y hacía gestiones para que nuevamente se trasladara la capital, eran inútiles y no hacían eco.

            Don Juan del Pilar y Someta, convertido en político, como Diputado y gobernador de Cojutepeque, daba una fiesta de presentación de sus hijas Catalina y Violeta en su gran casa de construcción estilo colonial, de un solo nivel y gran patio interno, adornado de arcos de medio punto, situada en las afueras del pueblo. Estaba muy animada, y era diferente a las fiestas de las haciendas. Por ser en el pueblo, los invitados asistían y se iban a las doce para sus respectivas casas. En cambio en las haciendas, la fiesta se prolongaba hasta la madrugada porque se quedaban a dormir en la hacienda hospedera, las que disponían de muchas habitaciones para los invitados.

            A Rocío le encantó la fiesta, y por ser la mejor amiga de Catalina, se quedó hospedada con ellas, e igual  Alejandro, a quien le tenían un especial cariño, porque le habían echado el ojo para pretendiente de Catalina. Pero Alejandro tenía otros planes.

            La abuela se excusó, porque tenía que pagar la planilla de trabajadores ese fin de semana, y surtir la tienda que había dentro de la hacienda, para que sus trabajadores compraran en ella el remanente de productos producidos en la misma hacienda, más otras cuantas cosas que Doña Francisca encargaba a los mercaderes del puerto de Acajutla, como algodones de la india de diferentes colores, sombreros de palma, procedentes de Panamá, y jergas para los catres. Las fichas de hacienda eran de plata, y tenían una R grabada en una cara, de Real, y CG acuñada en la otra, representando las iniciales de los apellidos de la familia Cotera y Galés. Y las monedas de oro tenían acuñado un escudo formado por cinco volcanes que representaban la federación. El sistema monetario aún se mantenía como en la época colonial. Eso sí, que ningún trabajador de hacienda ganaba una moneda de oro, solo el dueño, como Doña Francisca, con su venta de leche, quesos, carne, caña de azúcar, añil y hortalizas. Estas monedas de oro, las guardaba celosamente en un doble compartimento dentro de la inmensa cómoda que había en su habitación. La demanda de sus productos se hizo más fuerte, y tuvo que ampliar la ruta hasta San Salvador. Nacho, su fiel ayudante, nacido en la casa y criado desde pequeño en el seno de la familia, era el encargado de organizar la distribución; y ese día, iba a cargo de tres carretas repletas de productos y dos con reses para el matadero del centro, y vender en los mercados al mayoreo, y luego pasaba al Montepío de la caña de azúcar a guardar los reales de la venta.

            Alejandro no quería trabajar en la hacienda, él era de ciudad, y más con el puesto que había conseguido en la Cámara de Diputados, como Secretario suplente, el campo no le interesaba. Doña Francisca solo tenía una salida, casar a Rocío con un hijo de hacendado, para que manejara la hacienda y llevara las riendas del negocio.

            Entre sus vecinos los Herrera, Lemus y Durán había buenos prospectos para casar a Rocío, sin embargo, la abuela no la iba a entregar tan fácil a cualquiera, debía ser muy cuidadosa al elegir, y  ninguno de esos muchachos cumplía sus requisitos, además que las inclinaciones políticas habían tirado una brecha entre la sociedad. Aunque ella se sentía cansada y vieja para continuar con la hacienda, no la vendería como le decía Alejandro, porque era el patrimonio de la familia, y la herencia de sus nietos. Había un orgullo en ello, raigambres, recuerdos, un gran esfuerzo y dinero invertido como para dejarla ir.

            La Nana le avisó además que había gente enferma entre sus colonos. En el campo, la medicina era solo aplicada por curanderos y sobadores. El médico solo atendía a los dueños de haciendas. Había, entre los colonos, una hermana de la Nana Cande, llamada Milagro, mejor conocida por Ña Mila quien se había especializado en el arte de la curandería. Y tenía, en su pequeño solar, toda una botica de pócimas y menjunjes que ella misma preparaba para todos los males y dolencias; donde no podía faltar el balsamito, extraído del árbol de bálsamo que servía para el cólico saturnino; hojas de eucalipto, cuyas infusiones servían para el resfriado; la ruda que aplicaba en la frente, cuando se tenía congestión nasal; semillas de tempate que usaba como purgante; hasta para el mal de ojo, que decían las cuenteras, les hacía la gente mala a los recién nacidos, y les colocaba una semilla de irayol, la que le llamaban ojo de venado, amarrada a la muñeca, con una pulsera hecha de frijoles rojos, porque se decía que lo rojo espantaba a los espíritus inmundos. Ña Mila, muy parecida a su hermana en lo físico, era menos hablantina y más observadora, atenta a las dolencias de la gente, y muy acuciosa en aplicar el remedio correcto. Siempre andaba en la búsqueda de nuevos remedios. A veces se iba al puerto de Acajutla para conocer de primera mano los remedios que traían en los barcos. En esa semana tuvo mucha clientela, uno de los chiquitos se había enfermado de la garganta, y Ña Mila le había preparado una infusión de los pétalos de amapola para desinflamarla. Otro pequeño se había dado un buen golpe en la rodilla, y fue a buscar las hojas de siguapate, en un pequeño solar, donde Doña Francisca le había dado a las dos hermanas para que cultivaran sus hierbas y especies para las comidas, como la hierbabuena, cilantro, romero, orégano, menta, cebollas, ajos, moras, entre otras. Estas hojas de siguapate  aplicadas en una compresa caliente, servía para la desinflamación del golpe.  

           

            Y en la recepción de la familia del Pilar y Someta, en el salón principal estaba congregada toda la gente mayor, y en la terraza, bullía el mocerío que ya estaba en edad para bailar y hacer compromisos. Entre ellas Catalina, quien se veía realizada y feliz con su vestido color rosa con el pecho blanco cargado de encajes. Su madre lo había mandado a bordar con la modista del pueblo. Violeta se veía menos elegante, porque era algo obesa, pero tenía un rostro angelical, que iluminaba cuando entraba a cualquier salón donde había gente.

            Llegó Guadalupe con Tomás, en representación de la familia Aycinenas, porque Doña Consuelo se sentía indispuesta. Y se quedarían hospedados con familiares que vivían en Cojutepeque. A Rocío no le agradó ver a la familia Aycinenas, como a la mayoría de chicas, pero debía saludarlos por cortesía.

            Don Juan del Pilar había invitado al señor Presidente de la República Don José María San Martín, y algunos otros distinguidos, como el Lic. Francisco Dueñas, Don José María Peralta, quienes habían desempeñado el cargo de Presidente provisional en algunos períodos anteriores.

            —La fiesta está de lo más distinguido. —Comentó Doña Rafaela, quien siempre era de las primeras en llegar, con sus cuatro hijas, para ir viendo quienes iban entrando y hacer las críticas respectivas, sacarles toda la historia, y luego saludarlas.

            —Sí, y dicen que vendrá también el Señor Presidente. —Comentó Doña Isabel de Ávila—. Es un hombre que trae en sus venas la de ser político, porque su padre Don Joaquín de San Martín, fue Presidente también allá por el año de 1833, si no me equivoco, y a él se le debe que sofocó la insurrección del famoso Indio Aquino.

            —Sí, me recuerdo que mi papá me hablaba de él, que viene de la estirpe de grandes varones hondureños y radicados en la Hacienda de Chalatenango. Murió el año pasado. Bueno, de tal palo tal astilla. —Concluyó Doña Rafaela.

            —Y hablando de Chalatenango, dicen que la fiesta que hicieron cuando lo convirtieron en Departamento de la República, estuvo bien concurrida. Yo no pude asistir, porque tenía enfermo a José Miguel. —Comentó Doña Isabel.

            La conversación fue interrumpida por Doña Conchita de Pilar y Someta, quien llegó muy agitada a decirles que venía el Sr. Presidente, y que se acercaran para aplaudirle y saludarlo cuando entrara al salón.

            Entraba en esos momentos, con su característica sencillez, al salón principal, y todos los concurrentes se apresuraron a aplaudirle. Don José María San Martín, saludaba a cada uno y agradecía las muestras de amabilidad; las damas le hacían una pequeña inclinación de cabeza, como era la costumbre heredada del período colonial.

            Después de los discursos de rigor, los asistentes se fueron sentando, distribuyéndose en grupos, los caballeros que siempre rodeaban al Presidente, en uno de los salones, y las damas en otro.

            —Pues lo que les quería contar, —abrió el diálogo doña Rafaela— es que la Nueva San Salvador, va a todo meter. Los Dueñas se apresuraron a hacer una inmensa casa en los terrenos que les regaló el gobierno. Yo ya no puede obtener nada, para cuando llegué, todo se lo habían repartido. —Dijo con desconsuelo.

            —Yo fui a la inauguración. —Intervino Doña Ingrid—, habían hecho una ermita provisional, muy linda donde el Obispo Pineda y Zaldaña bendijo la nueva ciudad y sus habitantes.

            —Yo no me enteré, hasta después. —Dijo Doña Rafaela— Me dio mucho coraje, porque yo tenía derecho a un terreno, porque salí muy afectada con el terremoto. Lo que paso fue que me vine para acá, donde mi hermano, y por eso no logré llegar a la repartición.

            —Bueno, ahí está el señor Presidente, vaya a pedirle. —Le dijo con malicia Doña Ingrid.

            —¡Ay no!, me da pena. Pero voy a ir con mi hermano a ver si todavía hay terrenos. Porque dicen que están edificando unas casas de dos plantas bellísimas. —Dijo con entusiasmo.

            —¿Y de quiénes? —Le preguntaron curiosas.

            —Bueno del señor gobernador de San Salvador, el Coronel Ciriaco Choto, la otra dicen que es de Don Santiago Vilanova, y de una señora Elena San Juan, que no la conozco. La del Licenciado Dueñas, por supuesto, la de un hijo del Señor Borja Bustamante, de Don Facundo Chávez, de Don Francisco Meléndez, la del señor Obispo, no se podía quedar atrás, le están construyendo un palacio. —Comentó Doña Rafaela.

            —Yo pensé que se quedaría en San Salvador. —La interrumpieron.

            —No, dicen que tiene miedo a otro terremoto. —Contestó en voz baja.

            —Bueno, dicen que han repartido como 143 solares para casas de barrios y 300 o más para las del centro, es mejor que se apure Doña Rafaela para que obtenga su solar. —Le aconsejaron.

            —Los indígenas no están muy felices, dicen que les quitaron los ejidos que tenían para cultivar, y ahora ya no van a poder hacerlo, porque la ciudad ya se trazó sobre ellos, pero sin estorbar las orillas del río según dijeron los inteligentes. —Comentó con intriga Doña Ingrid.

            —Sí, pero el presidente les ha dado donde construir y materiales también, según me han contado. —Le contestó Doña Isabel, quien era la mejor enterada de todas.

            —¿Y ya supieron que el Sr. Presidente ha decretado un nuevo departamento? —Preguntó Doña Conchita.

            —Sí, de eso estábamos hablando, como él es de Chalatenango, lo hizo Departamento. —Comentó con malicia Doña Ingrid.

            —Bueno, según el discurso que dio es porque cumple con los requisitos para ser departamento, porque tiene cuatro poblaciones de más de 500 indígenas con cabildo, escuela y una iglesia, y su cabecera tiene más de 5mil habitantes. —Comentó Doña Isabel—. Y hablando de los indígenas, ¿ya supieron lo que encontraron en Izalco durante unas excavaciones?

            —No, ¿qué encontraron? —Preguntaron curiosas. Algunas ya sabían de las excavaciones que se estaban realizando en esa zona, pero querían oírlo de Doña Isabel, porque era un tema que le apasionaba.

            —Osamentas, y un edificio muy bien construido.

            —¡Hay Dios mío! —Dijo Doña Conchita persignándose.

            —¡Gran Poder de Dios! —Exclamaron.

            —¿Y usted ha visto eso? —Le preguntaron curiosas.

            —No pero voy a ir la otra semana, me han invitado y quiero ver si me llevo algunos cuencos que han sacado de ahí. Yo creo que fueron enterrados cuando hizo erupción, la primera vez, el volcán de Izalco, porque dicen que todo está puesto como si hubieran estado comiendo y la lava los sorprendió. —Les explicó con entusiasmo.

            Las señoras se persignaron al oír la explicación.

           

            En el otro extremo del salón, los señores que habían rodeado al Presidente, comentaban las lamentables noticias de Nicaragua.

            —¿Ya se enteraron de las últimas noticias de lo que pasa en Nicaragua? —Preguntó Don Juan.

            —Sí, estoy al día con todo. —Comentó el Presidente.

            —Ya entró el ejército de Costa Rica al mando del General Mora, hermano del presidente, y General José María Cañas, su cuñado, para ayudarles a combatir en contra del ejército de Walker. Porque según me han informado, unos vecinos que tengo, que tienen familiares por allá, el filibustero se cree dueño del país y también quiere adueñarse de Honduras y El Salvador. ¿Qué piensa de eso Sr. Presidente? —Preguntó Don Juan, que quería presumir de que tenía mejores informantes.

            —Si nos llegase a provocar, no dude que le daremos pelea. —Dijo el Presidente con calma.

            —Pero ya hay una franca provocación, se puede decir que es un casus belli, porque el hombre ya lo declaró abiertamente en un discurso, en el que deja claras sus pretensiones, la de conquistar el territorio centroamericano y Cuba. —Insistió.

            —No hay causa para que entre El Salvador. Hasta donde sé Nicaragua tiene una desorganización política interna, que este hombre ha utilizado en su favor. No podemos entrar en una guerra hasta que ellos no tengan paz en su propia guerra política. Además, no nos han hecho una invitación formal a la intervención. —Dijo con una franca sonrisa.

             Abrieron el baile y todas las señoritas salieron al compás de las contradanzas y zapateados que la filarmónica interpretaba. Alejandro no se separaba del grupo de políticos que rodeaba al Presidente, para desánimo de Catalina. La deliciosa noche pasó entre risas, arreglos políticos, compromisos matrimoniales y habladurías.

            El Licenciado Dueñas, uno de los ilustres invitados,  aprovechaba para impulsar las ideas de su partido Conservador, y hacer publicidad de sus intenciones, haciendo alusión a sus anteriores períodos presidenciales, y las mejoras hechas durante su gestión administrativa. Muchos de los que lo rodeaban estaban con el partido Conservador, en su mayoría grandes terratenientes, y que congeniaban excitados con las ideas del Licenciado, y estaban más acostumbrados a los sistemas colonialistas centralizados.

 

            En Nicaragua, Walker, para la buena marcha de su negocio, necesitaba de un órgano de publicidad, que diera a conocer sus conquistas en su país, a quien tenía engañado que Nicaragua pronto se anexaría a la Unión Americana. Y el 20 de Octubre de este año fundaba un periódico bilingüe, que llamó El Nicaragüense, escrito, una cuarta parte en un español bárbaro y las restantes en buen inglés.

            El “Nicaragüense” retrataba fielmente el carácter de los filibusteros americanos. Era muy frecuente encontrar en un mismo número palabras de aliento para el pueblo de Nicaragua en la parte escrita en español, mientras en la inglesa, destinada a los Estados Unidos, se hablaba de conquista y esclavitud, y se refería a los nativos con los epítetos más odiosos y despreciativos, como: negros degradados, afeminados o grasientos.

            El “Nicaragüense” solía tener artículos con un estilo bufo de mal gusto para el pueblo: "Fallecimiento de Old Aguardiente. Un caballo bien conocido, perteneciente al Coronel Frank Anderson, murió súbitamente el domingo en la noche y el Coronel le enterró con pompa. Pocos caballos había en Nicaragua superiores a él, ya por su velocidad, ya por su fortaleza, hermosura y docilidad. Paz a sus orines".

            Para hacerle frente a la resistencia en el mes de octubre, el vapor Cortés de la Compañía de Tránsito trajo de San Francisco, un refuerzo de seiscientos americanos reclutas y una compañía más, organizada, armada y a las órdenes del Capitán Davidson. La condición de los nicaragüenses por este tiempo, no podía ser más triste y angustiosa.

            El “Chronicle de New York” publicó correspondencias de su reportero en Nicaragua, que relataban la vida y costumbres de los filibusteros. Que robaban, asesinaban, incendiaban y violaban con la mayor imprudencia. Cuando el corresponsal del Chronicle les hacía reflexiones sobre lo perjudicial que podía serles en lo porvenir una conducta semejante, contestaban, escogiéndose de hombros: "que los grasientos no tenían sentimiento, ni eran de la misma especie que los blancos." La condición de los nicaragüenses por este tiempo, no podía ser más triste y angustiosa.

 

 

 

 

Capítulo III

1856

 

 

            Cumplido el período presidencial de Don José María San Martín, se retira a su hacienda en Chalatenango, y entra a tomar el mando en febrero, por voto popular: don Rafael Campo, un hombre sencillo y cándido, de gran popularidad por sus aciertos y sabiduría, durante ocupó el cargo de Diputado Propietario por Sonsonate. Y como Vice-Presidente designado por la suerte durante la insaculación: el Lic. Francisco Dueñas.

            Don Rafael Campo se rehusaba a aceptar el más alto cargo, y rechazó durante varios días las comisiones que llegaban con súplicas y reflexiones a tratar de convencerlo. Comprendiendo las comisiones la imposibilidad de hacerle aceptar, le sugirieron que llegara personalmente ante la Asamblea General para que le aceptara la renuncia. Así, lo hicieron salir de Sonsonate hacia Cojutepeque, y llevaba en su faltriquera su renuncia escrita y firmada. Las comisiones se habían puesto de acuerdo con el Obispo para que agotara el último razonamiento, para que aceptara aquel cargo. El Obispo Pineda y Zaldaña se le unió en el camino antes de llegar a Cojutepeque, para platicar largo y tendido sobre la situación; y algo en su conciencia le hizo reflexionar sobre su decisión. Talvez el alto patriotismo que pesó en su corazón, lo hizo aceptar por fin, un cargo que para él era un sacrificio. Después de los actos de juramentación, y la entrega del Poder Supremo de manos del Lic. Dueñas, dijo las siguientes palabras:

            —“Recibo de vuestras manos las riendas del Gobierno, lleno de desconfianza en mi insuficiencia, aunque alentado con la esperanza de que los buenos salvadoreños no me abandonarán en la empresa de labrar la común felicidad que es lo que me propongo en cuanto mis fuerzas alcancen. Con repugnancia he venido a este puesto de que me alejan mis hábitos, mi carácter genial y mi profesión, pero una vez que, poderosas razones que no me ha sido dado desatender, me han conducido hasta él, procuraré obrar con la rectitud y religiosidad que corresponde… Me propongo mantener y hacer que sean mantenidas y respetadas las garantías del hombre, y que el goce de ellas continúe siendo como hoy es, una realidad en el Estado. Me propongo mejorar la milicia principalmente en su parte moral. La carrera de las armas es la del honor, y no lo tiene aquel empleado que se descuida en aprender los deberes de su cargo, y que por consiguiente cumple mal con ellos. La instrucción y la moralidad en los jefes y oficiales son el primer paso para la victoria: las tropas corrompidas jamás triunfan. Me propongo velar sobre el importante ramo de la instrucción pública, y en este menos que en ninguna, consentiré la negligencia de los instructores y empleados…”.[i]

            Estas palabras conmovieron a la ciudadanía presente en el acto de entrega de la banda presidencial. Todos coincidían que era un ejemplo de modestia y sinceridad, por lo cual fue aplaudido y apoyado por la gran mayoría presente.

            La guerra contra los filibusteros en Nicaragua continuaba encarnizada. El Gobierno del señor Patricio Rivas, habiendo caído en cuenta que estaba a merced de la impiedad del filibustero, urdió un plan sacando una proclama, en que protestaba sus sentimientos pacíficos para con los Gobiernos de Centro América, para agradar a Walker; en seguida y en secreto, nombró comisionados ante los gabinetes de El Salvador y Honduras, a los señores don Gregorio Juárez, y don Máximo Jerez, respectivamente, con instrucciones para celebrar dos tratados: uno público que engañara a Walker, y otro reservado, en el que se estipulara la alianza de estos dos países para combatir contra él.

            El Presidente Rafael Campo, reservado, analítico y discreto como siempre, no lo recibió oficialmente. En lo privado, sin embargo, le manifestó que no podía reconocer al señor Patricio Rivas como Presidente de Nicaragua, mientras obrara bajo la presión de Walker, y que si salía de Granada y se trasladaba a León, como muestra de que los dos pueblos lo apoyaban como Presidente de Nicaragua, y daba un decreto reasumiendo la Comandancia General, no sólo le ofrecía reconocerlo, sino que le prestaría el apoyo de quinientos hombres situados en Choluteca, y procuraría, además, obtener el concurso de Guatemala y Honduras que estaba dispuesto a conseguir para liberar a Centro América del despotismo del filibustero, y asegurar la independencia de cada país.  

            El Sr. Juárez quedó de comunicar todo aquello; pero en caso de que Walker descubriera el plan, serían fusilados en el instante; se convino entonces, en que el proyecto no se le revelaría a nadie, y en que Don Gregorio Juárez se retiraría a San Vicente, y se expresaría en desagrado del señor Campo. Todo se hizo como se convino, y la prensa amiga de lo sensacional, y engañada por las apariencias, se desató en injurias contra el mandatario salvadoreño. Tan luego como Don Patricio Rivas se enteró de la condición del Presidente Campo, llamó a Don Máximo Jerez, que estaba en complot formando el ejército aliado revolucionario, y ambos exigieron de Walker la traslación del Gobierno a León, como medida previa de conciliación, siempre haciendo creer al filibustero que estaban con él.

            Al suscribir la proclama de Don Patricio Rivas como Presidente de Nicaragua, Don Rafael Campo, cumplió su promesa, y envió la Primera División de 500 soldados, a cargo del General Ramón Belloso. Los aliados sitiaron al filibustero en Granada, pero Walker recibía ayuda de los estados sureños de la Unión Americana, que tenían los ánimos exaltados en contra de los abolicionistas de la esclavitud, y que Walker usaba como justificación de la usurpación, y anzuelo atractivo para los hacendados sureños, que habían obtenido propiedades y vastas extensiones de tierra de parte del filibustero. Cuba, creído de que Walker lo ayudaría en su batalla a favor de la independencia, le envía doscientos cincuenta soldados para combatir a los aliados, con la promesa del filibustero, o más bien un pacto de caballeros entre éste y Goicuria, líder del movimiento cubano, que le ayudaría después a recuperar Cuba de la invasión. Y así, con el refuerzo cubano, caen en manos de Walker el Coronel Valderrama y el Capitán Allende, caballeros de superior cultura, de modales corteses y delicados, quienes estaban al mando de los aliados costarricenses, y ordena pasarlos por las armas. Y cuando estaban a punto de vendarlos,  uno de ellos dijo: “bien merece la muerte que nosotros la recibamos de pie, sin vendas, pues es una dama, y sería descortesía que no la miráramos de frente”. Tremenda época aquella de grandes caballeros sin miedo a la muerte, satisfechos y orgullosos del cumplimiento de su deber.

            Los generales aliados de Costa Rica, Nicaragua y El Salvador, no se ponían de acuerdo en la estrategia de la contienda, ya que los egos inflados de cada uno de los adustos generales, ponía al borde del abismo toda campaña. El General nicaragüense Máximo Jerez nombra al General Ramón Belloso, como jefe de los aliados al saber de la muerte de Valderrama y Allende, para unificar las fuerzas y defender Granada, pero demasiado tarde, y la bella ciudad fue perdida y quemada con saña por el General Henningsen, uno de los generales americanos que combatían al lado de Walker. Y quien para rematar en la desgracia, cuando estaba a punto de abordar su barco, colocó un letrero en la playa que decía: “Aquí estuvo Granada”.

           

            En la fiesta de bienvenida que le daba Don Juan del Pilar y Someta al nuevo Presidente, se hacían los comentarios de la contienda en Nicaragua contra el filibustero.

            —Dice el General Don José María Cañas, el Gobernador de Puntarenas, que la gente emigra por miles por esa frontera en un estado deplorable y lastimoso. —Comentó el Señor Peralta.

            —¿Y cómo lo sabe? —Le preguntaron,

            —Es que el General Barrios es bien amigo del General Cañas, por eso es que estamos enterados.

 

            El General Gerardo Barrios se hacía oír su nombre por todo medio posible. No era un secreto que ostentara la Presidencia de la República. Había comenzado su vida política en San Miguel, como Gobernador, luego como Ministro Plenipotenciario en Europa, y como Senador, cargo que ocupaba actualmente. Publicaba en La Gaceta, los métodos de extracción del añil, para hacer eficiente el tratamiento de extracción, y al mismo tiempo rentable, dada la caída de los precios en el mercado internacional. Así también, fundaba por esos años el primer cafetal experimental en Cacaguatique para promover su cultivo. Su amistad con el General José María Cañas había comenzado desde que combatían junto al General Francisco Morazán. Y en varias ocasiones, había sido invitado a Costa Rica, lo que para el General fue una revelación sobre el cultivo del café, al enterarse que en ese país se exportaba al Reino Unido desde 1830 y con unas exorbitantes ganancias.

 

[i] Ver discurso completo en el Diccionario Histórico Enciclopédico de la República de El Salvador, Tomo IX, pág. 345.

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