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Capítulo I

Una herencia misteriosa

 

 

            —¿Mamá dime quién era mi padre? —Preguntó Charles, en un tono decidido a romper el silencio que por tantos años su madre había celosamente guardado. Arrinconado en lo más profundo de sus archivos secretos, ese pasado aterrador que no se atrevía a sacar a la luz, mucho menos contarlo a su hijo. Su adoración, su primogénito, producto de aquel amor fogoso, apasionado, pero tormentoso con su padre.

            —El murió, ya te lo he dicho muchas veces. —Le contestaba Vanesa con evasivas y continuando con la preparación del suflé, en la gran cocina enchapada con mármol italiano color marrón claro.

            —Madre tengo derecho a saberlo, sabes que ya soy  grande y debes hablarme de mi padre, —y bajando el tono de voz, dijo—: de Iza Al Cafquil. —Le soltó a decir con un poco de duda, porque no estaba seguro de que ese era su nombre.             

            Vanessa palideció. Lo volteó a ver incrédula, dejó la mezcla que estaba haciendo, porque ella nunca le había mencionado su nombre, por seguridad, para no despertar en Charles la curiosidad de querer investigar más acerca de su misterioso padre. Era un joven inteligente, y averiguaría datos registrados en periódicos, revistas y noticieros. No quería que se enterase de esa forma.

            —¿Pero cómo lo sabes?, ¿cómo sabes su nombre? —Preguntó prestándole atención, era imposible que lo supiera, no había dejado pistas o cabos sueltos. Se había preocupado de quemar todo: fotos, revistas, periódicos, toda esa etapa de su vida, la hizo desaparecer como si nunca pasó.

            —Sólo lo sé. —Contestó esquivando la mirada inquisidora de su madre.

            Charles, el hijo de Iza y Camila, se había convertido en un apuesto joven de diecisiete años, moreno, de facciones parecidas a San Antonio, un cutis impecable, igual al de Iza, su padre, pero de ojos almendrados gris oscuro profundos y vivaces como los de su madre, enmarcados en cejas y pestañas espesas y negras, que hacían una combinación exótica y atractiva a las jóvenes compañeras que lo pretendían en la escuela. Era dedicado a sus estudios y al deporte. Le apasionaban las artes marciales, practicaba el karate a niveles competitivos. Cuando cumplió catorce años, ya era cinta negra, y se estaba especializando en armas marciales. Había ganado muchas competencias a nivel regional, y se preparaba para las nacionales. En los estudios era brillante y líder entre sus compañeros.

            Camila había tenido dos hijos varones más, Gerald Cuarto, nombre dado para seguir la dinastía de la familia de abogados de su esposo Gerald, y Oswald, ambos muy parecidos al padre, trigueños, ojos verdes y rubios.

            Vivían en una preciosa residencia de dos plantas de persianas francesas en forma de arco, muy elegantes, y con un extenso jardín al frente, adornando su entrada; y en el traspatio tenía piscina y jardines que era la debilidad de Vanessa. Estaba ubicada en las afueras de la ciudad, Nueva Orleans, donde vivían familias con un ingreso moderado alto, y que se podían permitir mejores comodidades.

            —Cuando cumplas los dieciocho te hablaré de tu padre. —Le dijo en un tono terminante, volviendo al suflé, pero muy en su interior se rehusaba a hablarle del tema.

            —No madre, háblame ahora. Ya estoy grande tengo casi los dieciocho puedo entenderlo. Además mamá, solo falta un mes para que los cumpla, no hará mucha diferencia. —Le decía casi perdiendo el control. No comprendía cómo su madre se oponía a contarle sobre su verdadero padre. Tenía derecho a saberlo.

            —Si me dices ¿quién te dijo su nombre? —Lo condicionó.

            —No fue nadie mamá. —Dijo con un gran suspiro. Y era cierto, porque por las noches soñaba con ese nombre.

            En ese momento llegaban sus dos hermanos, haciendo un ruido cual si fuese una estampida de toros.

            —¡Hola mamá! ¡hola Char!, —saludó Gerald a viva voz porque era muy ronco, y dándole un sonado beso en la mejilla a Vanessa— ¡Qué bien huele eso! —Exclamó al momento de meter la mano en la mezcla para probarla. Así era Gerald, no perdía oportunidad de meter mano en las comidas que le llamaban la atención. Era de buen apetito.

            —¡Hola mamá!, ¡hola idiota! —Saludó Oswald  dirigiéndose a Charles. Ese era el saludo normal hacia sus hermanos, siempre despectivo y ofensivo—. A Gerald lo castigaron. —Agregó de inmediato. Siempre trataba de opacar a su hermano, para ganar, según él, méritos con su madre, y causarle un mal momento a Gerald. Era tendencioso y mal intencionado.

            —¡Soplón imbécil, ¡ya verás! —Replicó furioso Gerald, y comenzó a corretearlo para darle una paliza.

            Así pasaban todos los días, discutiendo, peleando e insultándose entre sí. Pero ambos se unían para molestar a Charles. Este no les daba oportunidad de molestarlo porque se encerraba en su cuarto a estudiar, o cuando andaba con ganas de corresponder, les hacía unos movimientos de karate para derribarlos y dejarlos quietos, para que no siguieran molestándolo. Pero en general, se llevaban muy bien cuando jugaban unidos, o cuando estaban en alguna actividad familiar. Y en la escuela era Charles el que los defendía de algún compañero que los molestaba. Como siempre hay en todas las escuelas niños matones. Casi siempre era en defensa de Oswald, porque se metía en problemas rápidamente, por su forma de ser tan engreído y arrogante, creyéndose siempre superior a otros. En la casa, los hermanos molestaban a Charles, diciéndole insultos como: el hijo adoptado, por su color de piel, o le decían el turco, y le hacían chistes alusivos a los turcos, que a Charles no le importaba, de alguna manera sentía que no estaban lejos de la realidad.

            Vanessa fue a deshacer la pelea y a castigar a cada uno por su lado. Gerald era de complexión robusta, con mucha tendencia a la obesidad; gracioso como nadie, hacía chistes de todo, era el divertido de la clase y muy popular por eso. Iba mal en sus materias, muy despreocupado de sus obligaciones, pasaba la vida con tranquilidad. Era la adoración de Vanessa porque era muy dulce y cariñoso con ella, honesto y sincero. Aunque de carácter juguetón, era muy confiable. Poseía aquella calidez humana que hace al hombre carismático.  Oswald, por el contrario, trataba de llamar la atención de su mamá. Era delgado, cabello rubio y liso, muy inteligente, pero le costaba adaptarse. Tenía una tendencia hacia la maldad, como el hermano de Gerald padre, que era arrogante y engreído. A Vanessa le costaba entenderlo, trataba de prestarle atención, pero en cuanto la tenía, él se volvía soberbio y se aprovechaba de la situación, tratando de tomar ventajas en su favor. Estaban en una edad difícil de manejar, aunque no imposible, cumplirían 13 y 14 años respectivamente.

            A Vanessa se le notaban ya los inevitables surcos de la madurez, pero no le interrumpían tanto su belleza, seguía siendo una mujer muy bella y elegante. Trabajaba con su esposo en la firma medio tiempo, para dedicarle a sus hijos la tarde. Le gustaba llegar a recogerlos al colegio y que le fueran contando todo lo que habían hecho en la escuela, luego llevarlos a sus actividades después de clases, y siempre se quedaba a verlos practicar. Y para que no se molestaran, había organizado quedarse un día con cada uno, a Charles lo veía practicar karate, a Gerald en las prácticas de tenis, y a Oswald en su entreno de natación, ya que pertenecía al equipo. Pero ahora que estaban más crecidos, no les gustaba mucho que su madre se quedara a verlos, aunque a Charles no le importaba si se quedaba o no, había superado la etapa de lucirse ante su madre; a Gerald sí, porque ya andaba de conquistador con las jovencitas que llegaban a las prácticas de tenis, y él se lucía para ellas, y ya no para su madre. Vanessa entendía perfectamente, y ya no se quedaba, únicamente cuando tenía competencia; y para Oswald rendía mejor cuando su madre estaba en las prácticas, aun la quería impresionar.

            Charles se aburrió de esperarla y se fue a sus clases de armas marciales, tomando, en forma violenta por la frustración, su mochila con el equipo.

            Vanessa estaba intrigada de cómo Charles sabía el nombre de su padre. Gerald, su esposo, le había dado tanto amor, para que no sintiera que era su padrastro, sino su padre verdadero, lo había apoyado en todo lo que el niño se había propuesto emprender. Asistía a todas sus competencias de karate sin faltar a ninguna; mejor Vanesa, en más de alguna ocasión había faltado por atender a sus otros dos hijos. Para Gerald, Charles era un niño fascinante que lo había hipnotizado desde la primera vez que lo cargó en sus brazos. Sin embargo, Charles nunca lo sintió así, le tenía un gran respeto por ser la figura paternal, pero en el amor que se le tiene a un padre, un abismo los separaba, porque no le correspondía igual, había un vacío que a Charles no le permitía ser un verdadero hijo para Gerald.

            Esa noche, Vanessa iba a entrar al dormitorio de Charles, cuando la detuvo una voz. Al parecer platicaba con alguien. Se quedó detrás de la puerta para escuchar.

            «Sí papá voy a insistir en que me diga toda tu historia».

            Vanessa se puso pálida, un vuelco le dio el corazón, abrió un poco la puerta para ver con quien estaba hablando su hijo. Pero no había nadie con él. Hablaba dormido. Fue de inmediato al baño, presa de una descompostura estomacal por la impresión.

            Se dirigió misteriosa a su armario, se le había cruzado por su mente una de esas cosas inexplicables de la vida. En alguna ocasión había visto un programa por la televisión, donde aparecían fantasmas en las fotos, sombras confusas a la par de los sujetos fotografiados, y se acordó de las fotografías de Charles cuando era pequeño donde siempre salía una sombra a la par del niño, salvo cuando aparecía con Gerald. Revisó todas hasta las últimas fotos, y era una constante. Recordó que había cambiado de cámara porque Oswald se la había arruinado, e igual salía la sombra fantasmal. Fue a la computadora, donde tenía grabadas las últimas imágenes de una competencia de karate, y ahí estaba la sombra, trató de ampliarla, para tener una mejor visión, y su sorpresa fue grande al descubrir que la sombra confusa, poco a poco fue tomando forma con el rostro de Iza. Era algo increíble, su mente no alcanzaba a analizar una cosa así, en este siglo donde todo tiene una explicación lógica, se topaba con una interrogante del tipo misterioso e inexplicable. Su imaginación le jugaba una mala broma, se decía, lo quería creer porque su mente estaba condicionada a ver el rostro de Iza.

            Respiró profundo, trató de calmarse y aclarar su mente para lo que seguiría después. Tenía que preguntarle muchas cosas a Charles, y ser de mente abierta para no espantarse. Pero era imposible, se enfrentaría al miedo de lo inexplicable, y eso le aterraba. Y luego contarle a su hijo su historia completa. Meditó unos instantes y luego se dijo a sí misma y en voz alta: —no lo haré, no debe saber nada, es muy cruel mi pasado, y él está viviendo una vida tranquila en un ambiente cargado de amor y no de odio.

            «Debes hacerlo, es mi heredero y me lo prometiste». Apareció este mensaje en su computadora. Vanessa se espantó, y casi se cae de la silla, miró para todos lados. Estaba sola. Vio la pantalla una vez más, otra vez su imaginación la estaba martirizando, pensaba que quizás lo escribió inconscientemente. Apagó nerviosamente su computadora y se levantó para ir a la terraza y tomar aire fresco. Se tomó la cabeza en un intento por ordenar sus pensamientos. Sabía que los traumas sufridos en años anteriores, con el tiempo pueden causar alguna clase de trastornos inconscientes en la mente, algo que su cerebro racional no alcanza a cubrir y que el inconsciente guarda para cuando llegue la oportunidad. Como son eventos inconclusos, llegan a ser escupidos como una bomba, cuando se toca el detonador correcto. En este caso: Iza Al Cafquil, el papá biológico de Charles.

            Comenzó a llorar al acordarse de todo lo que le había pasado, era cierto que en la víspera de la muerte de Iza, le prometió que le hablaría al niño sobre él. Nunca lo hizo. Ella quería pasar la página negra, comenzar de nuevo y olvidarlo todo. Pero ahora lloraba desconsolada, sin poderse controlar, era como limpiar ese rincón acumulado de penas y malas experiencias que tenía apretado en su corazón. No se había sentido así en muchos años, por el contrario su sufrimiento le había formado una coraza en su ser, que la había dotado de más fuerza para enfrentar los retos de la vida. Había sacado la carrera de Leyes y graduado con honores de la Universidad. Se decía que Dios le había regalado una segunda oportunidad, al haber sobrevivido a un terrorista, y que nunca volvería su cara atrás. El solo pensar que su hijo correría ese riesgo, se ponía erizada, y una corriente cargada de angustia le recorría todo su cuerpo, y por lo mismo se negaba a decirle todo lo que había sufrido.

            Lo que Vanessa no sabía, era que Iza había hecho otro testamento, y el abogado tenía instrucciones de anunciarlo cuando Charles cumpliera los dieciocho años.

            El abogado de Iza, el Dr. Sixto Pinacotti había seguido, en el más absoluto secreto, la pista del niño, cuando Vanessa renunció a la herencia que le había dejado Iza al morir. Tomó nota de su nombre y personalmente siguió todos sus pasos, porque sabía que era una protegida por el gobierno de los Estados Unidos. El Dr. Pinacotti no podía confiar en que alguno de sus empleados fuera a aprovecharse de tal situación, si le encargaba el trabajo de seguirla; por el riesgo de que un asunto con personajes tan importantes, se revelara por culpa de un empleado suyo.  Por mucha confianza que tuviera en su gente, consideraba este asunto, encomendado por su cliente y amigo, Iza, como algo de sumo cuidado y delicadeza, y que merecía su atención personal. Vanessa pensó que ahí terminaba todo, en renunciar a la herencia que le había dejado Iza, pero éste había dejado todo preparado para su hijo, y eso nunca se lo dijeron a ella.

                          

            Charles cumplió sus dieciocho años el veintiocho de mayo, el último día de su High School, y Vanessa  volvió a negarse a contarle sobre su padre.

            —Tú me lo prometiste mamá. —Le reprochó enojado.

            —Es por tu seguridad Charles, no me preguntes más. —Le dijo cortante, esperaba que Charles entendiera. Porque ella no sabía cómo explicárselo, era muy complicado.

            —¿Mi seguridad? ¿De qué hablas? No te entiendo mamá, háblame claro. —Le preguntaba indignado por la negativa de Vanessa.

            —Hijo algún día entenderás solo confía en mí. Te lo suplico Charles confía en mí. —Le decía con una expresión de apremiante súplica, como si presintiese algo, su sexto sentido no se equivocaba.

            —Pero mamá quiero respuestas, sé que me pasará algo y no entiendo nada. —Dijo por fin.

            En las últimas semanas había estado muy inquieto, sus sueños se hicieron más frecuentes y lo acosaban pesadillas sobre situaciones irreales para su comprensión.

            —Dime ¿quién te dice que te pasará algo? —Le preguntaba intrigada. Ella no creía en fantasmas, aunque la vivencia sufrida hacía un mes la había dejado inquieta, pensaba que debía haber algo más que Charles le ocultaba.

            —Mi papá verdadero.

            Vanessa palideció.

            —No puede ser, él está muerto.

            —Sé que no me lo creerás, pero mi papá me habla en las noches, me dice cosas que no entiendo. Estoy confundido, madre, necesito que me expliques, ¡me estoy volviendo loco! Soy el único que oye voces en las noches, últimamente se han hecho más frecuentes. ¿Por qué? —Preguntó Charles con impaciente angustia, se notaba que estaba confundido y asustado por el tema sobrenatural.

            En eso tocaron a la puerta. Vanessa se sobresaltó, y con cautela abrió la ventana. Había una limusina contratada blanca Mercedes Benz nuevo modelo 2022, con un estilo futurista, enchapados color oro, digitalizado en su totalidad, y equipado con todas las extras de lujo que un carro puede tener, frente a la puerta de la casa. La mucama bajó para abrir la puerta, pero Vanessa le dijo que ella lo atendería. Abrió la puerta, y un sujeto alto entrado en años con uniforme de chofer y guantes blancos le preguntó, después de saludar cortésmente levantando su gorra.

            —¿Vive aquí Charles Wenwood?

            —No, está equivocado. —Respondió Vanessa al ver, según ella, que se trataba de algún regalito caro, que no era de su marido, obviamente.

            —Quizás me dieron mal la dirección, debo corroborarla. Disculpe madame.  —Se despidió con otra reverencia colocándose nuevamente la gorra de chofer.

            Vanessa vio como desapareció y cerró la puerta, pero en la esquina de la cuadra se paró para preguntarle a los hermanos de Charles, que en esos momentos se dirigían a su casa, después de estar jugando con el vecino de la vuelta, y le confirmaron donde vivía. El vehículo retrocedió y volvió el chofer a insistir. Vanessa no había terminado de subir las gradas del segundo nivel, cuando volvió a sonar el timbre.

            —Con el perdón madame, pero debo insistir en que me acompañe el joven Charles Wenwood. —Le dijo después de volver a saludar cortésmente.

            —Ya le dije...

            Pero fue interrumpida por Charles, y sus otros hijos que llegaban curiosos de saber de dónde procedía tan misterioso y lujoso vehículo.

            —Yo soy. —Dijo Charles detrás de ella.

            —Esta es la persona que desea verlo. —Dijo entregándole un sobre cerrado.

            Vanessa se lo arrebató y trató de romperlo.

            —¿Mamá qué haces? —Le preguntó indignado tratando de recuperar su carta.

            Vanessa cerró la puerta de portazo.

            —Charles, solo confía en mí hijo por Dios, no le hagas caso a estas cosas, por favor, por lo que más quieras. —Le decía suplicante.

            —Mamá estás fuera de control, debes decirme todo, o no confiaré en ti. —Dijo retándola.

            Con un gran suspiro, Vanessa movió la cabeza en negativa.

            —Entonces —dijo Charles en tono grave—, disculpa pero no puedo confiar. —Le arrebató nuevamente la carta. Corrió escaleras arriba a su habitación y se encerró con llave a leerla.

            Vanessa aguardaba afuera. Sus otros hijos la veían curiosos del misterio que los envolvía.

            —¿Qué pasa mamá? —preguntó por fin Gerald con cara de preocupación.

            —Vayan a hablarle a su padre, pronto que se venga, que es urgente.

            Gerald hizo lo que dijo su madre, y el otro se quedó haciendo preguntas.

            —Oswald no puedo responderte en estos momentos cariño, por favor, ve a hacer tus deberes que luego te contaré.

            —Ya salí de clases mamá. —Contestó Oswald.

            —Bueno ve a hacer algo, por favor. —Le dijo para quitárselo de encima. No la dejaba pensar bien las cosas, ¿qué le diría a Charles, para que no acudiera a esa cita? Se preguntaba. Presentía algo malo.

            Charles salió de su cuarto y miró a su madre de una forma tan conocida para ella, que le trajo a su memoria miles de recuerdos. Era la mirada de Iza cuando estaba muy molesto.

            —Adiós mamá. —Le dijo terminante.

            —Charles por piedad piénsalo, no debes hacerlo, ¿que acaso no eres feliz aquí?, somos una familia, no necesitas más. —Dijo suplicante, tratando de retenerlo.

            —¡Tú qué sabes si no necesito más! —Le respondió en subido tono—. Yo no pertenezco aquí mamá, y lo sabes.

            —Le romperás el corazón a tu padre, tú sabes cuánto te ama. —Dijo utilizando hasta el último recurso para detenerlo.

            —Él no es mi papá. —Dijo categórico.

            —Charles no seas frío. Te enseñamos a amarnos, no te puedes voltear, eres nuestro hijo adorado. —Lo sacudió Vanesa indignada por esta respuesta tan frívola.

            —Debo saber en realidad quién soy, y tú nunca me has respondido con la verdad. —Le dijo tajante y terminante.

            —¡Charles, hijo mío, no lo hagas! —Le suplicaba tomándolo de la camisa.

            Charles la apartó, y se fue con el chofer con paso decidido, igual a Iza. Llevaba su pasaporte y su licencia que ese día había tramitado temprano por la mañana, tal como decía la carta, y que saliera con un pequeño equipaje.

            Vanessa se quedó en el umbral de la puerta llorando del agudo dolor de ver partir a su primogénito hacia el mundo de Iza, su padre. Sentía muy dentro de su corazón que lo había perdido para siempre.

            Gerald llegó minutos después, y encontró a Vanessa inconsolable. Estaba encerrada en su habitación, pensando en que mejor le hubiera contado todo su pasado. Se reprochaba una y otra vez, quizá así hubiera evitado que se fuera, pero ya era tarde para lamentaciones.

            —Mi amor, ¿qué pasó? —Preguntó con ternura Gerald al verla llorar.

            —¡Se fue, se fue para siempre, Gerald, se fue nuestro hijo, lo hemos perdido! —Y rompía a llorar.

            —Pero... ¿cómo, quién, que pasó? —Preguntaba poniéndose más preocupado pensando en lo peor.

            —Al parecer Iza hizo testamento antes de morir, —y entregándole el pedazo de sobre, agregó—: éste es el abogado de Iza, me quedó este pedazo de sobre cuando le arrebaté la carta que le traían, un chofer elegante y en un vehículo del año, típico de Iza para impresionar. —Le explicó.

            Gerald le tomó el papelito, y trató de recordar donde había visto el logotipo de la firma de abogados.

            —Ven mi amor, tenemos que ir ahí, estoy seguro que está en Nueva York. Recuperaremos a nuestro hijo. — Le dijo decidido.

            Empacaron algunas cosas rápidamente. Vanesa solo obedecía automáticamente lo que su esposo le decía que hiciera. Estaba tan desolada que no pensaba con claridad.

            Los otros dos estaban escuchando detrás de la puerta, y fueron sorprendidos cuando la abrieron para salir.

            —Quédense aquí en casa, nosotros iremos de viaje urgente por unos dos días a New York, no se vayan a ninguna parte, estaremos en contacto con ustedes. No quiero pleitos, ahora quiero que se apoyen y nos ayuden, les explicaremos a nuestro regreso. ¿Entendido? —Les ordenó Gerald.

            Asustados los dos hermanos asintieron.

            Se dirigieron al aeropuerto para abordar el vuelo de la tarde que salía para Nueva York.

            Mientras esperaban en el aeropuerto la salida del avión, Gerald habló a la oficina para que le enviaran a su correo todos los bufetes de abogados con sus respectivos logotipos de color oro que hubiera en Nueva York, y que descartaran los de otros colores. La lista era interminable, y entre los dos buscaban en la tableta portátil el que se parecía al del papelito rasgado.

            Cuando llegaron a Nueva York ya tenían el lugar, tomaron un taxi, y se fueron directo a las oficinas del abogado.

            La oficina estaba en uno de los tantos rascacielos que había en la gran manzana. Subieron hasta el piso setenta y cuatro, donde estaba la oficina. Todo un piso decorado con maderas oscuras clásicas, con relieves labrados artísticamente y cuadros pintados al óleo, adornando las paredes de la gran sala, con muebles de cuero oscuro que tenían para los clientes. Vanessa se acordó del nombre del abogado que mencionaba Iza cuando hablaba con él, al verlo grabado en la puerta de la oficina. Una gran angustia le oprimió el pecho al ver el nombre.

            —Él es el abogado de Iza —señaló triunfal—, el Dr.Pinacotti.

            —Vamos querida entremos. —Dijo Gerald viéndola con esa mirada tierna de un decidido e incondicional apoyo. Ambos agarrados de la mano nerviosamente entraron al gran salón de espera, una elegante secretaria se apresuró a atenderlos.

            —Queremos hablar con el Dr. Pinacotti, sabemos que vino hacia acá un joven para hablar con él. —Solicitó Gerald, porque Vanessa no podía hablar de la angustia, esperaba oír lo peor.

            —Lo siento mucho pero el Dr. Pinacotti acaba de salir hacia Turquía a una reunión urgente. —Explicó la secretaria seriamente.

            Vanessa rompió a llorar, desplomándose derrotada en el ancho sofá de la sala. Gerald se quedó preguntando los detalles del vuelo. La secretaria le explicó que era un vuelo privado, y que no podía dar más detalles.

 

 

 

 

 

 

Capítulo II

El multimillonario más joven del mundo

 

 

            Viajaban en el jet privado del Dr. Pinacotti que lo había acondicionado con mucho lujo y comodidad, para sus viajes internacionales de visitas a clientes importantes en Europa y Asia. Charles se sentía transportado a un mundo totalmente desconocido. Todo estaba pasando muy de prisa. ¡Iría a Turquía!. En su vida se lo hubiera imaginado de dónde procedía su padre; aunque sus hermanos le hacían chistes árabes, por sus facciones y su cabello, él solo lo celebraba como chiste. Sentía un poco de aversión por el mundo árabe, de donde procedían los más despiadados terroristas que azotaban al mundo desde hacía más de seis décadas, y que sus “guerras santas” como le llamaban, nunca terminaban.

            —El parecido con tu padre es impresionante Charles, Iza sabía lo que estaba haciendo. —Observó el Dr. Pinacotti con sonrisa aprobatoria—. Tu padre te bautizó como Iza Abdul Al Cafquil, por lo que tendrás que cambiar tu nombre americano. Haremos un juicio de identidad con el testamento de tu padre y la comprobación del ADN, para que no tengas problemas ante la Junta General de Accionistas y Directores del Grupo Cafquil, aunque cuando te vean no les quedará ninguna duda de que eres hijo de él y único heredero. Tu nombre de pila no se mencionará en ninguna parte, ni lo divulgarás a nadie, espero que lo comprendas. —Le decía el Dr. Pinacotti en el avión. Era un señor de sesenta y nueve años que inspiraba confianza y tranquilidad, calvo, nariz puntiaguda y muy grande, típica de un italiano. Era el fundador de la firma de abogados, y tenía como clientes a los más acaudalados neoyorquinos, los que lo habían hecho crecer por las buenas recomendaciones.

            —Cuénteme sobre mi padre. —Le pidió Charles con ansiedad, aunque muy controlado para un joven de dieciocho años, embarcado en una aventura desconocida.

            —¡Ah! —Exclamó cerrando los ojos al acordarse, quitándose los lentes para limpiarlos, y acomodándose en el asiento reclinable forrado de cuero, para contarle todo lo que sabía de Iza—. Era un hombre encantador, educado, bien parecido, igual a ti, trabajaba duro por sus empresas, pero cuando quería disfrutar de la vida lo hacía a lo grande, pero también era muy generoso. Era socio de varias fundaciones de caridad y hacía buenas donaciones cada año, por eso la fortuna no le abandonaba.

            —¿Por qué mi madre no me quería hablar de él si era un buen hombre? —Le preguntó Charles curioso de saber todos los detalles.

            —No lo sé hijo, las mujeres suelen ser muy misteriosas. —Dijo acompañado de una sonrisa picaresca.

            —¿Usted los conoció como pareja? —Preguntó Charles siempre con ansiedad pero disimulada,  queriendo saber toda la historia que su madre se negaba a contarle.

            —Sí, tu padre estaba profundamente enamorado de ella. Tuvo otras esposas, de las que lo divorcié —hizo una pausa para acordarse de qué millonarios juicios fueron esos—, porque quería casarse con tu madre, con su belleza lo había cautivado, una fuerte debilidad en él: las mujeres hermosas. —Hizo otra una pausa para reírse del caso, porque fue bien sonado y complicado.

            —¿Qué es lo gracioso? —Preguntó Charles deseoso de saber más, para encontrarle la gracia que le causaba al Dr. Pinacotti, porque a él no le daba gracia que la gente se divorciara.

            —Detalles interesantes que a su debido tiempo te irás enterando. Ahora descansa que dentro de unas horas tu asesor te explicará todo lo que tienes que hacer. —Le dijo el Doctor poniéndose serio, porque vio que Charles no sabía nada del pasado, y él no tenía, en esos momentos, la paciencia para contarle todo. Además que con todos los preparativos de su iniciación en los negocios de Iza, estaba exhausto, y por último, como buen abogado, debía ser prudente en lo que le dijera al chico.

            —¿Quién es el asesor? —preguntó Charles con curiosidad.

            —Se llama Angus, yo lo contraté hace más de ocho años para que llevara las riendas del negocio de tu padre. Él es una excelente persona, aparte de que ha sabido manejar las empresas como nadie, ha hecho subir las acciones como la espuma, tiene grandes ideas y las ha llevado a cabo con mucho éxito. Representa a tu padre en las reuniones, tiene amplios poderes para tomar decisiones. Y ahora tiene la misión de entrenarte en el negocio. Es un cerebro prodigioso, el mejor de su clase, muy confiable, de una honradez intachable. Y nos estará esperando en el aeropuerto. Él te acompañará el resto de tu vida. —Le dijo bostezando como indicándole que ya pararía de hablar para dormir, y acomodándose en el sofá cama del precioso jet, se quedó profundamente dormido casi al instante.

            Charles no podía dormir, estaba excitado con ese giro inesperado que tomaba su vida a sus dieciocho años. Todo iba de prisa, se le presentaba un mundo diferente lleno de riquezas y lujos extremos e impensables; le era atrayente para él, le llenaba de curiosidad la cabeza. Pensó en su madre, y por qué se lo había negado, no hallaba ninguna explicación lógica por más que lo pensara, si todo era bueno. Pronto descubriría el precio de su decisión.

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